HACE un mes, en estas páginas se describía la operación de Ander Herrera como “fichaje encubierto publicitado como cesión”. Era una deducción lógica que el tiempo ha confirmado. El problema radica en que el día de la presentación del jugador, Jon Uriarte aseguró que se trataba de “una cesión por una temporada, con opción de fichaje por parte del Athletic por una temporada más”. Afirmación que no se sostenía y que ayer mismo el propio jugador dejó en evidencia al responder a la pregunta de qué suponía para él que se hubiese hecho oficial su continuidad en el Athletic hasta 2024: “Para mí esto no es noticia, cuando vine ya sabía que iba a estar dos años”. Por si hubiese alguna duda, añadió: “Desde que vine a Bilbao sabía cuánto tiempo iba a estar y el contrato que iba a tener. Tenía definidos todos los términos personales de la operación desde que firmé en verano”.

Más claro, agua. El acuerdo entre los clubes no contemplaba ningún escenario que no fuese que Herrera cumpliese en el Athletic los dos años de contrato que tenía pendientes de completar con el PSG. Lo de la opción de compra que el presidente anunció como posibilidad, no era tal. El Athletic estaba obligado a quedarse hasta 2024 con Herrera, como desvela este al decir que sabe la ficha que va a percibir vestido de rojiblanco en la vigente campaña y en la próxima.

Los cataríes que dirigen el PSG serán lo que sean, pero no gilipollas; aunque les sobre el dinero. Si no les interesaba Herrera el pasado verano, menos aún el que viene. Le buscaban una salida definitiva. Y el jugador tampoco quería regresar a París, sabedor de que no tenía sitio y de que se exponía, por ejemplo, a hacer una segunda pretemporada apartado de la plantilla. O sea que, el Athletic se comprometió a quedarse con Herrera los dos años y vistió el acuerdo con un enunciado que no responde a la realidad.

Uriarte subrayó asimismo que el Athletic no pagaría dinero alguno al PSG (solo faltaría), que se limitaría a abonar “la parte que nos corresponde de los dos años siguientes de Herrera”. Vamos, que se le escapó la verdadera naturaleza de la iniciativa. Se atrevió incluso a apuntar que “una porción de las retribuciones acordadas” estarían sujetas a “objetivos”. Algo que suena inverosímil, pues al margen de la ficha, que asciende a ocho millones netos anuales, la pertenencia al PSG le garantizaba a Herrera una serie de primas por títulos, un plus muy accesible en la entidad parisina, a los que renunciaba con el cambio de aires.

Cómo repercute en las arcas de Ibaigane la captación de Herrera es, como casi todo en esta historia, un misterio. Cabe que no lo haga en los gastos de 2022, que se compute en las cuentas de 2023 y 2024; se da por hecho que por el tiempo de la “cesión”, ahora recortado por cuestiones internas que atañen al PSG (excedía el número de cesiones que la ley le permite), hubiese un reparto de la ficha de Herrera, cuyos términos no han trascendido. De cualquier modo, a no ser que el jugador renuncie a ingresar parte de lo que por contrato es suyo, el costo para el Athletic de una sola temporada de Herrera ascendería a quince millones.

En fin, que el Athletic se ató desde el principio y por sentido común debería haber sido al revés: que el PSG asumiese la posición más débil en la negociación. Pero no, resulta que el Athletic pactó mantener a Herrera en su seno los dos años, en vez de guardarse la baza de estudiar en junio si tal cosa le convenía desde la óptica deportiva. Al margen de filias y fobias, adquirir en propiedad los derechos de Herrera a fecha de hoy, objetivamente no se justifica: su aportación al equipo es impropia de alguien que luce la vitola de refuerzo y que, además, de barato no tiene nada. En un contexto de apreturas económicas, con asuntos tan controvertidas como la negativa a ofrecer la renovación a un valor consolidado como Iñigo Martínez, mala defensa tiene el paso dado por la directiva de Uriarte, que encima parece ser que va a traer a Ruiz de Galarreta, un mediocampista que es competencia directa de Herrera.