ESTREMECE escuchar los testimonios del crimen de Lardero que nos recuerdan, como así lo hizo el crimen, que los monstruos bajo la cama existen, que aquellas lejanas advertencias cuando éramos niños, se dan y con resultados terribles. Que existe el coco, que no vive en los cuentos porque a veces viene y te lleva. Que lo que vemos en las películas se acerca a la realidad o directamente lo es. Que existe el matonismo en las aulas, en los patios de colegio, detrás de una esquina y en una plaza, como aquella violencia hace dos años sobre el joven de Amorebieta y sus graves lesiones tras la maldita paliza. Aquellos matarifes siguen con su gira de sangre por toda Bizkaia, buscando pelea, más golpes. Libres, como lo eran hace dos años, igual que el monstruo de Lardero cuando seleccionaba los objetivos desde su garita de centinela, un banco en el parque de juegos. Hay casos que son paradigmáticos y que ni siquiera están impulsados por una ley mal hecha. Los reincidentes sueltos, sin vigilancia, incapaces de su redención están ahí fuera viviendo en un sistema lleno de fugas que pagan otros y sus familias rotas. Y estremece, porque no estamos en la vieja sociedad timorata y cretina, entretenida con El Caso. No hay superhéroes que nos vengan a salvar sino férreos protocolos porque aquí no se admiten errores, que los sucesos se dan siempre pero lo que no puede ser es que las campanas ya empiecen a doblar, no por los muertos sino por los vivos

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