HAY que estar muy loco para dedicarse a esta profesión convertida hoy en preguntas rutinarias y respuestas prefabricadas. En ella los jóvenes tienen como gran aspiración, empujados por quien les paga, poco y mal, llevar hasta el público el último morreo de Piqué o la reencarnación de Tamara Falcó. ¡Como para conocer a Jesús Quintero cuando ni saben quién es Julia Otero! Lo de los interrogatorios a pecho descubierto, silencios ruidosos y confesiones de hemeroteca debió quedar en aquella colina donde José María García –este sí, causante de mis desvelos periodísticos– desnudó a Miguel Blesa y puso en su sitio a Florentino Pérez, incunable que la televisión pública mantiene enterrado bajo siete llaves en su cofre de la censura. A caballo entre Berlanga y Valle-Inclán, difuminado por el humo, entre oprimidos, marginales, acaudalados, bolsilleros y ladrones de guante blanco, y quilates de teatralidad, y donde Pilar Urbano calificó al ahora emérito como “becario de Franco”; a Quintero se la coló Gunilla Von Bismarck replicándole: “En España hay mucha gente que no tiene dinero, ¿y qué vamos a hacer?”. “Soltar un poquito”, le dijo él. A lo que la condesa se negó porque “esta gente se lo gasta en cosas como bebida”. La versión original del discurso de los Rajoy, Feijóo y Page, que llaman a “no distinguir entre ricos y pobres” por temor a la confrontación social. Estos sí que son los artistas del surrealismo.

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