ASánchez, en verdad, solo le preocupan los Presupuestos. Supone la póliza que acrisola su ambición. Por eso, la cacareada renovación del Poder Judicial simplemente es la muletilla para desgastar al PP desde que sale el sol. Y como el presidente emerge como consumado prestidigitador, justo ahora que parecía acercarse de una vez el manoseado acuerdo sobre los jueces, le ha valido envolver en celofán una sedición de grado pensionista que engatuse a ERC y, por el mismo precio, que Feijóo muerda el anzuelo. La fotografía de este desenlace fluye demoledora para la derecha. El Gobierno de izquierdas acaricia una mayoría desbordada, calma al independentismo catalán con una pequeña dosis de ibuprofeno judicial y encara el año electoral como jamás hubiera imaginado después de verse sumergido entre pandemias, lavas de volcán, invasión militar, tarifas eléctricas y una permanente incertidumbre de futuro. Enfrente, en cambio, otra vez los nubarrones y el desasosiego sosteniendo el palo de la solemne unidad de la patria y de la Constitución.

Sánchez se la ha jugado a Feijóo. Le ha ido tirando del ronzal para que calara en todas las esquinas, incluso en Kenia que no Senegal, la idea de que el PSOE quería poner orden en la judicatura y que por ellos no iba a quedar el empeño. Tenía el cebo escondido. Así, una vez dispuesto del escenario propicio, ha hecho saltar la banca para agradecer los votos prestados del republicanismo catalán: Oriol Junqueras volverá a presentarse en unas elecciones y Puigdemont podrá lavar lo suyo si quiere en apenas unos meses. Toda una afrenta sísmica para el PP, al que semejante ofrecimiento jurídico ponía frente al espejo. Obligados por su acotada ideología a renunciar al acuerdo del CGPJ porque llevaba incorporado el bicho de la sedición, los populares volvían a quedar mediáticamente atrapados en su imagen de partido aislado por refractario a los pactos de Estado. Peor aún, resurgían los fantasmas sobre la autoridad real de su presidente frente a los halcones internos.

Feijóo ve cómo se empina la cuesta. La aprobación de estos Presupuestos constituirá un lesivo mazazo para su asentamiento. El PP, ese aspirante a gobernar tras las próximas generales, volverá a quedarse demasiado solo, incluso incómodamente acompañado. Le aguarda una estrepitosa derrota política tras una machacona insistencia para atribuir por tierra, mar y aire una retahíla inacabable de adjetivos peyorativos contra estas Cuentas que ninguna institución independiente valida por su inconsistencia y que, sin embargo, tampoco provocan sofoco alguno en la correosa y parlanchina ministra de Hacienda.

Debería atreverse Feijóo a dar pasos con más arrojo. Encarnar realmente la solidez de una alternativa real. En sus mensajes propositivos y en la firmeza de sus intenciones políticas. Podría empezar, de hecho, rompiendo el pacto con Vox en Castilla y León. Le sobran razones con el manual de la democracia en la mano. La impresentable y denunciable verborrea guerracivilista del vicepresidente fascista García Gallardo y sus reiterados desprecios al género y a la discapacidad desbordan el espíritu de convivencia constitucional. Ni siquiera le debería temblar la mano al líder gallego pensando en una supuesta rebelión de Díaz Ayuso porque vea peligrar en Madrid el apoyo de sus íntimos colegas. Pondría en un brete a los socialistas. Acallaría el soniquete interminable de que solo el PP podrá regresar un día al poder agarrado de la mano de los ultraderechistas de Abascal. Quizá sea demasiado pronto. A estas alturas de la travesía, le asalta de manera bastante comprensible un cierto mal de altura ante tamaño desafío. Tampoco está descartado que le asaetarían sin piedad desde esas recalcitrantes terminales mediáticas que tanto condicionan en el argumentario de Génova desde primera hora de cada mañana. A cambio, quienes apelan por un PP reconducido a sus tiempos de gloria electoral –lo están haciendo con timidez y poco éxito– le brindarían un apoyo menos frentista y vengativo, aunque unos y otros forman parte de esa legión apasionada por la caída a los infiernos de Sánchez.

El tiempo juega a favor de Sánchez. La estabilidad de que dispone le encumbra en Europa como una insólita excepción que tanto agradecen desde Bruselas en estos tiempos de zozobra. Además, sigue haciendo magia para garantizarse ante cada borrasca que le amenazan el escudo de una mayoría para desesperación de sus oponentes. Posiblemente porque él, sí, jamás duda en atreverse ante las dificultades. l