“Lectores de sensibilidad”

– La semana pasada despidieron a la directora de un colegio de Tallahassee (Florida) porque los padres de niñas y niños de 11 años consideraban pornográfica la imagen del David de Miguel Ángel que les mostraba en las clases de arte. Lo triste de la noticia es que ya ni sorprende. De hecho, las informaciones sobre la censura en cualquier disciplina artística se han convertido en un género en sí mismo. No pasa una semana sin que se nos dé cuenta de la incansable actividad de los nuevos guardianes de la moral que, para gran vergüenza de quienes un día fueron vanguardia de la defensa de la libertad, proceden del flanco ideológico izquierdo. Como ya sabrán de sobra a estas alturas, su última víctima conocida ha sido la escritora británica Agatha Christie. Según cuentan los titulares cuya sola lectura provoca un bochorno indecible, un comité de lectores de sensibilidad –les juro que esa es la expresión– ha rastrillado las obras de la reina del misterio en busca de elementos que pudieran resultar dañinos para mentes impresionables.

No hay etnias

– Como ocurrió con los textos de Roald Dahl hace nada, la poda se ha hecho sin contemplaciones. Se han eliminado o reescrito –no se sabe qué es peor– pasajes enteros de los títulos protagonizados por los icónicos Hercules Poirot o Miss Marple. Así, se ha borrado cualquier referencia étnica y los personajes dejan de ser gitanos, negros o judíos. Los que eran llamados nativos pasan a ser locales. También se han laminado las menciones que pudieran pasar por remotamente sexuales si afectan a las mujeres. Por si piensan que no se puede llegar más lejos, los genios del recauchutado moral han cambiado el diálogo de uno de los personajes de Muerte en el Nilo que, ante unos niños que estaban alborotando, decía: “Vuelven y miran, y miran, y sus ojos son simplemente repugnantes, y también sus narices, y no creo que realmente me gusten los niños”. En la versión correcta para no alterar espíritus puros la frase se queda en “Vuelven y me miran y me miran. No creo que me gusten los niños”.

Naturalizada

– Ese es el nivel. Lo peor de una práctica que tiene su vertiente económica –también se trata de vender más ejemplares– es, como apunto arriba, que está perfectamente asentada y amortizada. A fuerza de repetirse la coreografía, hemos acabado por naturalizarla. Dentro de poco, lo anormal será leer las grandes obras de la literatura universal tal y como fueron creadas originalmente. Y ni siquiera seremos conscientes del triunfo de la censura… en nombre del progreso.