Lo de siempre - 44 años y sereno. Hoy volveremos a asistir a las diferentes coreografías archirrepetidas, sin lugar a la mínima brizna de sorpresa. En el caserón de la madrileña Carrera de San Jerónimo, con los leones como símbolo exterior y los tiros embalsamados de Tejero en el techo como foto para el souvenir en el interior, unas tipas y unos tipos ataviados de pitiminí soltarán las frasezuelas del repertorio habitual. Que si las normas que nos dimos para la convivencia, la concordia y me llevo una. Que si la generosidad y la altura de miras, bla, bla, bla. Todo, pura filfa dialéctica que no resiste un rascado con una moneda de peseta, ya tuviera la efigie del difunto bajito de Ferrol o del viva la virgen que lo sucedió a título de rey y hoy reside en Abu Dabi porque hasta a su preparado hijo le da vergüenza ser el fruto de uno de sus millardos de activos y juguetones espermatozoides. Pero es que así se escribe la ejemplar Historia de España. Con un dictador que, teniendo otras opciones como pasarle el mando a su yerno o al fotogénico Carlos Hugo de Borbón Parma, prefirió joder a su megaenemigo Juan de Borbón designando a su hijo Juanito para que pasara dinásticamente sobre él.

Frágil memoria - Me consta lo viejuno de lo que acabo de contar, pero tanto que nos gusta engolfarnos hablando de la memoria histórica, me sorprende que las circunstancias que he anotado sean tan poco conocidas. Eso es porque triunfó la versión almibarada de la Transición de Victoria Prego, que nos escamoteó episodios como los tomatazos con los que se recibía aquí y allá a los príncipes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, mientras que se aclamaba al guapísimo pretendiente carlista y a su esposa, casi deidad, Irene de Holanda. Qué diferentes podrían haber sido las cosas. O a lo peor, no tanto, porque en otros parajes del cuento de hadas perfectamente silenciados, también está documentado que lo que el ingenuo matarife de la voz de flauta creía que estaba “atado y bien atado” realmente fue un apaño de varias instancias internacionales -de la CIA al SPD alemán, no me llamen conspiranoico- para que se cumpliera el principio lampedusiano: que todo cambie para que nada cambie. 

Democracia con goteras - Y, hombre, sí. Eso es una exageración, porque es obvio que muchísimas cosas han cambiado. Hay que ser muy bruto para sostener que España sigue siendo una dictadura. Ni siquiera bolivariana o peronista, como farfullan en la caverna cada vez más nostálgica del esposo de Carmen Polo. Pero una democracia consolidada, me temo que todavía tampoco parece. Y algo me dice que jamás lo va a ser en un buen rato.