Silencio - ¡Vaya! ¡Por fin Yolanda Díaz ha roto su silencio! ¿Y qué ha dicho? Pues, con una firmeza y una contundencia fuera de cualquier duda, ha denunciado que el PP utiliza métodos trumpistas por soltar la especie de que su ministerio manipula los datos del paro. Ya, ¿pero de lo otro? Ah, sí, ahí tampoco se ha callado. Ha dejado bien claro que no le gusta en absoluto la propuesta de su colega de gabinete Escrivá sobre las pensiones. Ajajá, pero, de lo otro de verdad, de la dosis diaria de yoyas dialécticas del fundador de Podemos, del ninguneo soberbio a que la someten sus dos teóricas colegas en el ejecutivo, ¿qué ha dicho? Esteeee, vamos a ver, que a ella le gusta la política sin ruido y que a la gente no le preocupan las elecciones sino cómo llegar a fin de mes, conseguir un empleo o tener un alquiler justo. En resumen, que sigue sin decir nada. Exacto, nada de nada. Patada a seguir. Ya saldrá el sol por Antequera. ¿Pero no se supone que aspira a liderar una plataforma de progreso a la izquierda del PSOE? Bueno, sí, pero eso ahora mismo está por ver.

Martirologio - Tan por ver, que en el minuto de teclear estas líneas, la apuesta mayoritaria, igual de analistas afines a la cosa que de encarnizados adversarios, es que Podemos no va a entrar por el aro de la propuesta de la vicepresidenta segunda y que presentará sus propias listas con Irene Montero como cabeza de cartel, tracatrá. Lo que hace apenas un mes nos parecía un desvarío ha cobrado carta de naturaleza. Nadie había contado con el vigor que proporciona el martirologio. Paradojas (o parajodas) de la política, el linchamiento inmisericorde sin cuartel de los enemigos es el mejor nutriente para engordar la expectativas electorales de quien, a primera vista, carece del menor tirón. A fuerza de recibir insultos groseros desde el ultramonte, la ministra española de Igualdad, una nulidad política de manual, ha conseguido ser vista como opción para abanderar la candidatura oficial de la izquierda verdadera. 

Incomprensible - En la comparación objetiva, los logros de Montero son una broma al lado de los de Díaz. Sin negar sus cantadas ni su tendencia a quererse demasiado a sí misma, la ministra de Trabajo ha acreditado un puñado de logros contantes y sonantes. Su gestión ha mejorado la vida de millones de sus administrados. Su ya indisimulada rival, sin embargo, no tiene más bagaje que campañas tan caras como inútiles (salvo para sus amigas) y una ley, la del solo sí es sí, que se está revelando como el fiasco del milenio. Por eso es incomprensible que Díaz siga poniendo la otra mejilla.