A ALGUNOS lo de la superioridad moral se les ha ido definitivamente de las manos. Ahora resulta que es de gañanes iletrados escandalizarse al ver a una ministra del Gobierno español acusando a todo un partido de “promover la cultura de la violación”. Atiendan por qué. Arguyen los listísimos que no se trata de un insulto con aroma a calumnia, sino de la aplicación de un concepto sociológico —hay que jorobarse— acuñado por el feminismo estadounidense (cuál, si no) en los años 70 del pasado siglo. Se supone que hace alusión a la normalización de la violación al abordarla como un hecho indeseable pero frente al que no hay solución. Les dejo medio rato para recomponer las neuronas después de haber arrojado a sus retinas semejante perogrullada con disfraz de galimatías.

¿Ya lo han digerido? Pues, salvo que me pierda algo, lo que hizo Irene Montero el miércoles sigue siendo el mismo exceso intolerable respecto a un partido que, por muy mal que nos caiga y por tropelías tremendas que tenga acreditadas, no puede ser imputado a granel de semejante barbaridad. No, salvo que la lanzadora de la áspera invectiva inmediatamente aclare que ella misma contribuye a la difusión de la tal “cultura de la violación”. De acuerdo con los términos en que se nos ha definido la cosa, cabría pensar que también se normaliza la violación abordando como males menores inevitables de la ley del ‘Solo sí es sí’ la cada vez más intensa lluvia de revisiones de pena a agresores sexuales. Pero sería una majadería descomunal acusar a la ministra y su equipo de eso. Exactamente igual que atribuírselo a todo el Partido Popular.