Cada carta, cada mensaje o cada artículo que te envíe será una bala de mi pistola, un mensaje que, más allá de los mensajes que se envíen por las mecánicas electrónicas –Whatspps, emails y otros etcéteras...– llegarán a la dirección de cada cual como si fuese un mensaje de primera mano, más allá de las habilidades tecnológicas. Digamos que Correos trabaja duro para que los carteros y carteras rurales puedan ofrecer en el domicilio muchos de los servicios que se prestan en las oficinas, gracias a los dispositivos electrónicos portátiles (PDAs) con los que cuenta el personal de reparto. Los carteros o carteras que sobreviven de primera mano están condenados a conocer a la perfección una dirección de primera mano, el sitio justo al que se envían objetos o mensajes que facilitan la supervivencia en el día a día.

Con el desarrollo de las nuevas tecnologías, se decía, los poderes de Correos han bajado su potencia. Nada más lejos de la realidad. Allá donde no llegan las conexiones en todo su esplendor llegan los hombres y mujeres que llevan consigo mensajes u objetos de primera mano, más allá de los que son posibles enviar por el poder de los medios de difusión, tan portentosos y capaces como una tecnología de última generación. Quien está ajeno a estas capacidades de conexión observan a esta gente postal como si fuesen los correos del zar, dicho sea como se decía antaño.

La figura del cartero siempre ha sido sinónimo de alegría, porque cuando llega a tu puerta suele traer buenas noticias, un paquete, un giro postal. En los últimos tiempos, sin embargo, su figura, especialmente en el ámbito rural, ha ido cambiando y asociándose a muchos nuevos servicios que hacen la vida más fácil, sobre todo cuando vives en un pueblo.

Se han convertido en un servicio grande para el desarrollo y para evitar la despoblación en zonas rurales.