LA gente del campo y la gente de la ciudad esperan, año tras año, la llegada del 21 de diciembre para cruzarse en los caminos durante la celebración de la festividad de Santo Tomás. Para cruzarse y vivir un día grande y emotivo. Es un esperado milagro tras tres años de ausencias. A las puertas de esta fecha, el gentío mira ahora con asombro la decisión de mover el escenario. Durante años se han intercalado los puestos de productos del campo con las txosnas, donde el talo con chorizo, la sidra y el txakoli eran los reyes; se han entremezclado rincones tradicionales del Casco Viejo como la Plaza Nueva con los bailes de la era, los capones o las hortalizas.

Ocurre ahora que con el anuncio de la reconquista de las fiestas libres aparece en escena un posible cambio de escenario que al parecer descoloca a los baserritarras y desorienta, en principio, a los visitantes. Todo son especulaciones, por supuesto. No es posible dictar sentencia al respecto cuando todavía no se ha vivido esta celebración, tradicional recta de la salida de las fiestas navideñas. ¿Harán daño estas ocurrencias para el regreso de la feria popular? ¡Quién lo sabe! Hay tantas ganas de que todo vuelva a ser como era que da miedo cualquier modificación.

Algún sindicato ha señalado que el Ayuntamiento prioriza a la hostelería sobre los baserritarras y la gente profana, ignorante en la materia como yo, no termina de ver claro los beneficios y perjuicios de una u otra parte. Parece sensato actuar como lo hubiese hecho el propio Santo Tomás: esperar a meter la mano en el ojal que aquel lanzazo abrió en la carne para corroborar la anunciada resurrección. Si no sabemos cuáles serán las consecuencias de los cambios de ubicación, ¿cómo vamos a creer que ganan unos y pierden otros antes de verlo? Me temo que en el origen está ese miedo ancestral a lo desconocido.