HA sido, para muchos de nosotros, el primer amor de nuestra vida. Hoy las distraccciones son más variadas pero la bicicleta sigue ejerciendo, no lo duden, una poderosa atracción en los primeros años de nuestra vida. Aprendíamos a andar sobre las dos ruedas a edades muy tempranas pero luego, con el paso de los años y las posibilidades (aquel Bilbao de años atrás no era muy pedaleable, con sus cuestas, un intenso tráfico rodado y los peligros de compartir tres o cuatro metros con un Simca 1000, un Renault cualquiera o, qué sé yo, el azulito...), íbamos dejándolo. Era, eso sí, uno de esos amores que dejan huella. ¿Acaso no es bien sabido que cuando uno aprende a andar en bicicleta jamás lo olvida? Amor eterno, ya les digo.

Por eso parece lógico que ahora que la ciudad se ha vuelto más amable para la circulación a dos ruedas, con el viento dándote en la cara y cierta sensación de velocidad, se proponga un nuevo servicio municipal, Bicis sin edad, un proyecto que está dirigido a las personas mayores con movilidad reducida y que plantea una serie de actividades de ocio en grupo sobre bicicletas adaptadas. Vista la oferta, a uno le recuerda a uno de esos amores de otoño, siempre tan bienvenidos.

A según qué edades, eso sí, se pierden las habilidades de Miguel Indurain y los de su estirpe. Ni siquiera esa dictadura del paso del tiempo sobre nuestros cuerpos rompe la ilusión. Para ello, para que se mantenga viva la llama, se han dispuesto tres modelos de bicicletas: con plataforma para sillas de ruedas, con silla ergonómica y con asiento doble para ir en pareja. Nadie se queda incapacitado por su condición física si desea conservar ese espíritu de aventura que uno conoció cuando aún era un chaval. Cada cual tuvo el suyo. Yo, sin ir más lejos, pensaba que era un forajido que cabalgaba al galope a lomos de una BH roja. l