L descalabro electoral del PSOE en Andalucía es especialmente doloroso para el partido por el vínculo histórico que esa comunidad ha mantenido con la reserva de voto de la izquierda española. Pero no es un accidente sobrevenido sino un hito severo dentro de una tendencia que venía claramente apuntada en las citas electorales previas de Madrid y Castilla y León. El liderazgo personal de Pedro Sánchez ha sido virtud en la hoja de ruta que le llevó por primera vez a alcanzar La Moncloa y a ganar después las elecciones generales pero hoy se antoja insuficiente para evitar el cambio de ciclo al que apunta su desempeño en las urnas. Durante la legislatura presente, la estrategia del presidente del Gobierno ha sido preservar un statu quo basado en su propia figura como única alternativa a una implementación de políticas de derecha en lo económico, cuando no de extrema derecha en lo social. Un juego de equilibrios en el que se ha visto obligado a acometer remodelaciones de su gabinete debido al desgaste por las circunstancias internas de la coalición de gobierno y por las derivadas de momentos objetivamente muy complicados para cualquier gobernante en los últimos dos años. Durante este tiempo se ha construido una imagen de fortaleza no tanto afianzada por su papel institucional como por la debilidad de las alternativas políticas. Superó el sorpasso desde la izquierda que pretendió Pablo Iglesias, la oposición cruenta del PP de Pablo Casado y el juego de acercamientos y antagonismos con Albert Rivera y Ciudadanos, partido de laboratorio construido con un halo fingido de proyecto centrista. Para solventar esa travesía, Sánchez ha contado con la estabilidad que le han aportado sus socios de fuera de su gobierno y muy especialmente el soberanismo vasco y catalán. El PNV ha sido su respaldo más leal en los términos de una relación de mutuo respeto que se replicó hacia EH Bildu y ERC pero que se ha desgastado. Sánchez no puede responder ya a la situación de desgaste de su proyecto con la ralentización de las decisiones para no asumir riesgos. Le compete restablecer un proyecto claro social y económico y un compromiso con un modelo territorial descentralizado. Debe empezar acelerando la activación de los fondos europeos mediante su canalización al ámbito más eficiente, que hoy es el autonómico. Es su último tren para no diluirse en una legislatura fallida.