Bilbao Metropoli-30, asociación público-privada que cuenta con casi 140 socios, trabaja impulsando procesos de reflexión estratégica a largo plazo y diseñando proyectos transformadores para Bilbao y su área metropolitana. Uno de los retos que afectan a nuestra metrópoli y, en igual medida, al resto de ciudades y regiones del mundo, consiste en preservar la humanización del espacio urbano que habitamos y precisamente, este es uno de los aspectos que se abordan en el Seminario Internacional Metrópolis de futuro, que esta Asociación organiza en la edición de este año.

Vivir en un entorno urbano es probablemente la característica que unifica actualmente a los habitantes del planeta. La ciudad representa el medio cotidiano en el que habita una proporción cada vez mayor de personas cada año. 

Sin embargo, de los 107 billones de personas que se calcula han existido en la historia de la humanidad hasta la actualidad, apenas unos pocos han vivido en la ciudad. Lo urbano es lo novedoso en la historia humana. Nuestra psique aún está en la Edad de Piedra. Nuestro pasado evolutivo y nuestro cerebro reptiliano no son urbanos. Vivimos con la mente de una aldea en el cuerpo de una ciudad.

La ciudad es, por lo tanto, una estructura espacial que ha modificado radicalmente la manera de vivir de la especie humana (Corraliza y Aragones, 1993).

Una ciudad es una entidad física, pero también emocional. De hecho, existen dos términos para referirnos a lo urbano. Por un lado, la urbs, que es el conjunto material de edificios y calles y, por otro, la civitas, que hace referencia al comportamiento y actitud de las personas que habitan en el espacio físico. A pesar de esta dualidad, nos hemos olvidado de que la ciudad, lo urbano, supone también una experiencia emocional y subjetiva.

Los diseños físicos no pueden sostener la existencia urbana por sí solos y de manera exclusiva. Son recursos necesarios, pero no suficientes para crear una sociedad civil urbana nutritiva y enriquecedora. El reto de las ciudades consiste en cómo construir materialmente una sociedad civil, cómo diseñar una infraestructura que permita una ciudad compleja, diversa y flexible y emocionalmente saludable. 

La vida urbana es un asunto ambivalente, en el que, como apunta el sociólogo estadounidense, Richard Sennet, son los mismos aspectos los que nos atraen y nos repelen a la vez.

Lo primero que nos atemoriza viene derivado de que las ciudades son espacios donde los extraños vivimos y convivimos en estrecha proximidad. Sin embargo, la convivencia con lo diferente es lo que convierte a las ciudades en fuente de oportunidades. Expandir el círculo familiar a un colectivo más amplio genera infraestructura social, los weak ties o vínculos débiles propuestos por el sociólogo Mark Granovetter en los años 70, que implican conexiones con personas que no son parte de nuestro círculo íntimo de relaciones, que son más proclives a pensar como nosotros. Estas personas son los puentes hacia otras comunidades, otras ideas y nos ayudan a cuestionar nuestras preconcepciones. Esto es retador, pero resulta enriquecedor en igual medida.

Por otro lado, las ciudades nos permiten el anonimato y la libertad frente a los entornos rurales, pero al mismo tiempo, el individualismo de la ciudad hace complicado mantener un sentido colectivo de responsabilidad y ciudadanía y el ser humano necesita, sin duda, vivir en comunidad. El homo sapiens es un animal social. Vivir limitados al entorno comunal o familiar acaba por dañarnos.

Por consiguiente, es necesario conocer, en primer lugar, la influencia del entorno urbano en nuestra salud emocional y mental. Sabemos mucho sobre los impactos negativos de los entornos urbanos desfavorecidos. Experiencias adversas en la infancia conllevan más probabilidades de sufrir adicciones, obesidad y problemas de salud mental. La neurociencia también muestra niveles crecientes de trastorno de estrés postraumático en dichos entornos, vinculados a la “violencia lenta” de la privación, que no es menos real que un trauma repentino.

Pero, ¿qué pasa con los aspectos positivos del lugar? Además de mitigar lo negativo, ¿es posible crear lugares que tengan un impacto activo y positivo en el desarrollo psicológico y el bienestar de las personas? ¿Lugares de empatía, conexión y anclaje, incluso de sanación? La evidencia sugiere que esto debería ser posible y, ciertamente, objeto de investigación.

Además del impacto humano, ignorar la influencia psicológica de lo que hacemos en nuestras ciudades tiene consecuencias económicas reales, en particular, los efectos relacionados con la reducción de la productividad y el aumento de los servicios públicos de todo tipo. 

La planificación urbana debe posibilitar, en consecuencia, un acercamiento más holístico. La psicología puede contribuir a evaluar los impactos del lugar en las personas y, sin duda, puede proporcionar herramientas para mejorar la creación y diseño de los espacios públicos.

Resulta preciso comprender mejor la experiencia vital y la vida emocional de la ciudad y analizar cómo se interrelaciona lo físico, lo sensorial y lo emocional, para hacer que los entornos que habitamos sean, ante todo y, sobre todo, humanos.

Metropolia gara. Somos metrópoli. 

Directora General de Bilbao Metropoli-30