Risto Mejide es un popular presentador capaz de presentar piezas muy diferentes, dando el do de pecho como jurado de Got Talent, conduciendo un magazine de tarde en Cuatro o desarrollando entrevistas de cierta profundidad en un ejercicio de versatilidad mediática, sentándose en un lujoso butacón donde acomoda a valientes entrevistados dispuestos a desnudar su espíritu al ritmo de un abanico de preguntas que desgranen la verdad de una vida, un fracaso, un éxito. Dos gigantes cara a cara, en pelea dialéctica. El último invitado que ha pasado por el plató de Chester fue el presidente del F.C. Barcelona, Sandro Rosel, que narró con pasmosa habilidad sus años de cárcel, acusado de delitos de los que ha sido absuelto que le ha servido al expenado para construir una teoría conspiratoria de altos vuelos, que explique sus males, pesares y desvaríos, y que no acaba de explicar los hechos y sus responsabilidades. Expresidente y periodista, dos amigos abrazados por el infortunio y la cárcel en un ejercicio excelente de buscar la verdad. Dos amigos de la vida que juegan a descubrir la verdad de lo ocurrido. El morbo de pasar por las celdas y sus prácticas espúreas que convierten a los seres humanos en muñecos rotos por la tensión carcelaria. La experiencia del penal es el gran cebo para colmar el deseo morboso de la audiencia. Meter las cámaras en los recintos del penal es juego garantizado de atracción a miles de oyentes que gustan de ver arrastrados por el barro a los personajes de actualidad pescados infraganti. Pero la entrevista queda dulcificada por la amistad patente de Risto y Sandro, que se prestaron a dar pena en el espacio agobiante de unos pocos metros cuadrados de cárcel y castigo entre rejas. l