FALTAN catorce semanas para la cita electoral foral y municipal del 28 de mayo. Es el momento de la Política Vasca con mayúsculas, política que para figurar un tanto desplazada, difuminada o retranqueada en la dimensión de agenda de la ciudadanía vasca debido a la “estatalización” de la política, por un lado, y a la compleja dimensión geoestratégica mundial por otra, que constituyen dos polos de atracción del debate y de las preocupaciones ciudadanas.

Nuestras preferencias políticas, más aún en contextos sociales tan complejos como el que nos está tocando vivir, se configuran cada vez más en función de propiedades personales como la ejemplaridad, la honestidad, la competencia y la confianza que suscitan los candidatos y candidatas, mientras que las franquicias políticas han entrado en un profundo descrédito. Sigue siendo importante, por supuesto, la referencia ideológica, pero el electorado nos fijamos en las características personales y capacidades del representante más que en los principios representados.

Otro factor clave para relativizar las prospecciones preelectorales realizadas hasta el momento radica en la incertidumbre acerca de cuál será el nivel de participación ciudadana, un factor que puede ser determinante en el resultado final que dicte el veredicto de las urnas.

Y ahora entran en juego electoral otras dos importantes tendencias: por un lado, la efervescencia dialéctica de Bildu frente a la estrategia del nacionalismo institucional orientada a intentar seguir vertebrando el país como cauce central político. En el otro vértice de la política vasca, desde una orientación no nacionalista, el discurso ideológico se construye en torno al binomio identidad/bienestar: los nacionalistas, se sostiene desde esta concepción, se obcecan y obsesionan por el primero de ambos conceptos (el identitario), mientras que los “constitucionalistas” centran sus “desvelos” y su acción política y de gobierno en lo que estiman verdaderamente importante: el bienestar de los “ciudadanos” vascos.

Frente a ello, es deseable y necesario que los debates y los futuros programas electorales muestren la oferta de cada formación política acerca del futuro de nuestro autogobierno y del alcance de nuestros derechos históricos, porque confrontar sobre tal cuestión troncal supone en realidad debatir precisamente sobre riqueza social y su reparto responsable. Todo eso está en juego y por eso merecerá la pena ir a votar.

¿Asistiremos a una precampaña y posterior campaña con contraste y debate sobre modelos y propuestas sociales y políticas, o por el contrario se optará, como ya está sucediendo, por el tipo de discurso a la contra, mostrando lo negativo del adversario? En cualquiera de los niveles de la política (local, foral, autonómico, estatal y europeo) es lícito dentro del juego democrático optar desde la oposición por una estrategia de desgaste, en la esperanza de que pueda darles réditos electorales al intentar mostrar un gobierno (en este caso, local y foral) agotado y débil.

Siempre resulta más fácil buscar un presunto culpable o responsable que analizar hasta qué punto cada uno de nosotros, como ciudadanos, contribuimos a resolver el problema o a agudizarlo. También en la sociedad vasca experimentamos con cierta frecuencia esta simplificación de la búsqueda de solución a problemas muchas veces complejos y cuya existencia responde a múltiples factores.

Pero jugar permanentemente a la contra, a provocar el desgaste sin aportar más que críticas y energía negativa puede acabar volviéndose hacia quien lo esgrime como permanente bandera de su acción política, más aún en momentos tan especiales y catárticos como los que hemos vivido.

Se ha debilitado la capacidad que los agentes políticos tienen de instrumentalizar las ideologías, es decir, de servirse de ellas como argumento que justifique o ampare cualquier comportamiento. La sociedad no ha disuelto absolutamente sus diferencias; sigue habiendo izquierda y derecha, así como diversas identificaciones nacionales, pero las grandes y tradicionales construcciones ideológicas sirven cada vez menos para opacar cuestiones que son clave para ganarse la confianza de los ciudadanos.

Quedan ya pocas semanas para conquistar esta gran institución silente que se llama Confianza, el gran reto democrático.