CON puro sentido común apuntaba ayer mi compañero, y sin embargo amigo, Javier Vizcaíno que lo de los trenes más grandes que los túneles no es un patinazo individual. Yo añadiré que pertinaz.

En 2014, a los responsables ferroviarios de media Europa les dio el ataque de risa cuando se supo que 331 trenes encargados por la empresa pública francesa de ferrocarril (SNCF) a Alstom y Bombardier no les cabían en las estaciones. Las condiciones de la licitación habían tenido en cuenta las características técnicas, de seguridad y confort pero habían olvidado contrastarlas con la realidad: el tamaño de los andenes.

Meados de la risa todavía, un año después Adif –el equivalente español a SNCF– adapta la normativa de nueva construcción y acondicionamiento de infraestructuras a las condiciones técnicas de sentido común, seguridad y confort y fija los galibos de los túneles; o sea, la altura mínima. Con ese criterio, en 2019 decide Adif encargar 31 unidades de tren en un concurso que gana CAF de Beasain. Una gestión pública entre dos administraciones –PPy PSOE– técnicamente impecable; y absolutamente ineficiente.

En el patinazo galo, nadie salió del despacho a medir los andenes; en el español, la altura de túneles del norte. El corta-pega de la norma técnica era tan lógico que nadie pensó en que la red no lo cumpliera. Y no lo cumple porque para saber que había que adaptarla había que vivir en Asturias o en Cantabria o ir a ver pasar el techo del túnel sobre tu cabeza. Desde un despacho en Madrid, la realidad se antoja tan distante que otro se ocupará de ella. Falla la cadena de responsabilidades y falla la distancia entre los diseños de las decisiones y los entornos donde aplicarlas; la desidia hacia la periferia desde el ombligo de "la nación" y esa soberbia de ver pelar las barbas del vecino y no correr a revisar las propias por si cabe el error. Los que no caben son los trenes, so mamelucos.