ERAN ya varios los días en los que el mozo no abría ninguna de las redes sociales a las que, habitualmente, dedicaba mucho, tal vez demasiado tiempo. Ahora estudios y trabajo condicionan sus ratos frente al móvil. Está metido en varias redes sociales, en varios grupos de WhatsApp en los que gente de su tierra trata de saber cómo van las cosas allá donde hay paisanos.

Y así suelen compartir noticias de Sudán, de Eritrea, de Etiopía, de Europa o América y también de Libia, ese lugar del que suelen llegar gritos de dolor, hambre y angustia, a veces, ya tras meses o años de encierro, silencios de desesperanza.

Su país se desangra y pierde a sus mejores ciudadanos en viajes imposibles o en guerras sin sentido. Se queda sin jóvenes, se van, allí no hay quien viva. Los menos llegan en algunos meses a la tierra europea soñada, muchos llegan tras años de pasos de ida y vuelta, torturas, explotación, hambre y estafas. Demasiadas idas y vueltas sin sentido. Otros muchos se quedan en el intento, algunos vivos, muchos, muertos.

Las redes sociales los mantienen unidos a unas raíces cada vez más secas. Quisieran seguir siendo país, colectivo… necesitan mantenerse como lo que son y quieren ser, pero están en Europa, una tierra en la que sienten que se van disolviendo… y que no siempre les trata con el respeto que merece su condición humana. Necesitan saberse grupo, colectivo, cultura, mientras van, poco a poco convirtiéndose en europeos, americanos… en lo que les toque.

Hoy, tras varios días, el mozo ha abierto las redes sociales. La noticia va de lado a lado… es un miembro del grupo de watsapp, ¿Lo conocéis? ¿Alguien lo conoce? En la red hay un llanto eterno, lágrimas, ahora virtuales, de dolor infinito, no hay consuelo posible, llevaba tres años en Libia, el sueño de un mundo con posibilidades lo mantenía firme, quería ayudar a su madre, tenía un proyecto de futuro con su novia.

Le habían robado tres veces sus pequeños ahorros para comprar un puesto en cualquier patera que se dirigiera al Norte. Tres años de sufrimiento seco en Libia, el lugar sin derechos humanos, por fin ya estaba sobre esa embarcación. El viaje, como tantas veces, se convirtió en un viaje a la muerte, el mar sería su tumba, once días de deriva, once días sin comida ni agua pusieron fin a su sufrimiento y a sus esperanzas y proyectos.

Era el mejor amigo del mozo, habían convivido en el primer país del viaje, hace ya seis años. El mozo, dice, tuvo suerte y llegó a Europa antes de entrar en desesperación y siendo, afortunadamente, menor de edad. Hoy vive entre nosotros sin poder compartir, como lo haría en su tierra, su dolor desgarrado e inmenso por la pérdida de un ser tan querido.

Ha muerto Amanel, su amigo, el hijo único de viuda bíblica, el único sostén de esa madre ya sin vida, esa madre que ya solo es dolor, dolor absoluto. Ha muerto Amanel, el novio, el amigo, el joven de 21 años deportista y soñador. Ha muerto otro más de los miles sin nombre. Ha muerto en una patera, junto con otros 15 compañeros, ha muerto de hambre y sed. Quedaron 10 vivos, rescatados por la policía Libia, han vuelto a ese punto de origen maldito de tortura, dolor y desesperanza.

El mozo está triste, no verbaliza los sentimientos que quieren brotar de su pecho pero no encuentran camino de expresión. El mozo se lo niega, ni puede ni quiere creerlo, habían “hablado” hace poco. Quiere mandar un mensaje a la madre de su amigo pero no sabe cómo hacerlo, están en guerra y las redes sociales no funcionan bien. El mozo termina diciendo “así es la vida”.

* Profesor