PUNTABA hace siete días que hay margen para que el Gobierno español ponga sobre la mesa más ases para frenar el precio de la luz, pero no ha tardado ni una semana en ofrecer al electorado el sacrificio del IVA, que baja en la electricidad hasta el 5%. Así, en caliente, se trata de podar el impuesto por la mitad. En frío, los porcentajes, cuando son tan bajos, son poco edificantes por grande que sea el recorte. La propia ministra lo ha reconocido: la operación no alcanza siquiera la categoría de parche. Ojo, que el PP lleva meses exigiendo ese movimiento y ahora recuerda en Bruselas el copyright de la idea, aunque sabe que el efecto real es mínimo. Se ha convertido el Ejecutivo central en una ventanilla de ayudas y cuidados paliativos que no entra a resolver el problema en origen. Es cierto que el reto es enorme y que según se acerca la convocatoria de elecciones generales las diferencias entre los dos polos del Gobierno son más palpables, pero un observador imparcial subrayaría el contraste entre la capacidad de adaptación del conjunto de los ciudadanos desde que el covid llamó a la puerta hace más de dos años y la rigidez con la que el gabinete de Pedro Sánchez ha afrontado el envite. Sin embargo, ambas reacciones están ligadas al instinto de supervivencia. Por ejemplo, tiene mucho sentido la demanda de Euskadi: que las comunidades gestionen los fondos UE y los adapten a su realidad, pero ¿quiere dejar Sánchez ese imán de votos en manos del PP allí donde gobierna?