L padre de las criaturas me ha dado una brasa con las elecciones del Athletic que ni con los comicios autonómicos. Mismamente como si tuviera que saltar él con sus chancletas al césped. A mí, que celebro todos los triunfos del equipo como está mandado, pero no me sé casi ni los nombres de los jugadores. Como ya quedaba poco para las votaciones, estos días he estado haciendo como que le escuchaba, que es lo mismo que hago con el crío cuando me empieza a hablar del alerón de no sé qué marca de coche deportivo o de los dientes de la cobra acuática anillada. La diferencia es que el crío me hace preguntas entre medias para ver si estoy atenta porque me tiene calada. Aunque para calada, la innombrable, que como buena adolescente que es se fue ayer a inaugurar las rebajas y la pilló el tormentón con un paragüitas de esos que te cubren a lo sumo la cabeza y las orejas. Si es que no las tienes de soplillo. Tras escurrirse, me mostró sus adquisiciones. Ya saben, lo mismo se compran un pack de siete anillos que dejan los dedos verdes que un top sin tirantes tan pequeño que parece una cinta de pelo. Para rematar el día, nos llegó una invitación de boda. Me alegro por los novios, pero a sangre fría te sienta como una declaración de la renta a pagar. Estuve por echarla a otro buzón. No pensaba lo mismo cuando yo era la novia. Me acuerdo del día que me fui a probar vestidos. ¿Vienes sola? ¿Qué pasa, que me tenía que haber traído un notario?

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