Pudiera parecer que la mujer que inventó el lavavajillas funcional a finales del siglo XIX era una madre abnegada que cuidaba de su prole y se dedicaba a las tareas del hogar. Nada más lejos de la realidad. Josephine Cochrane venía de una familia acomodada de inventores e ingenieros: su padre John Garis participó en la fundación de la ciudad de Chicago en 1837, e inventó una bomba desecadora de terrenos; su bisabuelo, John Fitch fue el artífice inventor del Perseverance, el primer barco de vapor en los EE. UU. Josephine siempre estuvo rodeada de la mecánica e incluso ayudó a su padre a diseñar y construir serrerías y batanes hidráulicos a lo largo del río Ohio. 

Se casó con apenas 20 años en Shelbyville (Illinois) con William Apperson Cochran, un floreciente comerciante textil y además influyente político local del Partido Demócrata, masón y lleno de contactos en la sociedad. Con una efervescente vida social, Josephine se movía entre la alta sociedad en las innumerables fiestas que organizaba con asiduidad en su propia casa. Tras ellas, el servicio se ocupaba de lavar las carísimas porcelanas chinas que pertenecían a la familia desde el siglo XVII con los consiguientes accidentes, desperfectos y rotura de piezas de la valiosa colección. 

¡Se acabaron los platos rotos!

Bajo la máxima “si quieres algo, hazlo por ti misma”, decidió entonces inventar un aparato, lejos del lavado manual, para que su tesoro de porcelanas brillara sin riesgos. Lo hizo en una cabaña cercana a su casa y con ayuda de un amigo, el mecánico ferroviario George Butters. 

Mandó construir unos compartimentos individuales de tela metálica para platos de distinta dimensión y las piezas de cristal. Se montaban sobre una especie de rueda sobre una caldera de cobre. Un motor externo hacía mover esa rueda con las piezas que daban vueltas mientras de la caldera llovía agua caliente agua con jabón. Su lavavajillas fue el primero en utilizar agua a presión en lugar de un estropajo para limpiar las vajillas. Era un diseño relativamente rudimentario pero el invento funcionaba y causó fascinación entre sus adineradas amigas. Había nacido el Lavavajillas Cochrane

 La muerte de William Cochran en 1883 y las numerosas deudas que tuvo que asumir como su viuda, impulsaron a Josephine a dar publicidad a su invento más allá de los amigos de la familia. Modificó su apellido de casada, añadiendo la letra 'e' al final y se puso manos a la obra porque la idea de un lavaplatos no era nueva. En 1850, Joel Houghton ya había patentado una máquina parecida pero su complejo montaje supuso un fracaso. Poco después, Gilbert Richards y Levi A. Alexander habrían creado inventos parecidos siempre mejorando los anteriores. Pero la versión realmente perfeccionada fue la de Josephine y la patente fue suya el 28 de diciembre de 1886.

Y en los 50, en las casas 

Presentó la máquina en la Feria Universal de Chicago de 1893 y obtuvo el primer premio que le otorgó una enorme acogida por parte de hoteles y restaurantes aunque ella siguió trabajando en el modelo pequeño para el uso doméstico, que, sin embargo, no consiguió el apoyo del público por la falta en muchos hogares de agua caliente y la alta mineralización con sales de magnesio y calcio del agua en abundantes puntos del país. 

Anuncio del 'lavaplatos Cochrane' Cedida

Josephine visitó a los posibles clientes puerta a puerta y publicó anuncios en los periódicos. Tuvo desencuentros con la compañía encargada de manufacturar los lavavajillas, Decantour, encargada de la construcción masiva de sus lavavajillas, ya que las propuestas que aportaba Josephine sobre su máquina eran ignoradas. El invento era suyo pero no era una profesional de la mecánica. Josephine fundaría posteriormente en 1897 la Compañía Garis-Cochran que constituyó el remoto germen de la empresa de electrodomésticos Whirpool, fundada en 1911 por el empresario estadounidense Luis Upton. 

Pero aún quedarían años, hasta mediados de los años 50, para que el lavavajillas empezara a tener beneficios cuando tras la II Guerra Mundial comenzó a aumentar el nivel de vida y la prosperidad de la sociedad norteamericana. Los incipientes movimientos de liberación de la mujer hicieron el resto para que la máquina Cochrane fuera un éxito comercial y así liberar a las amas de casa de mediados del pasado siglo de las tareas del hogar bajo el influjo de eslóganes como este: “No pierda tiempo lavando platos. Utilice el tiempo en cosas más importantes. El ocio, por ejemplo”. 

Josephine, mujer y no profesional

Su falta de conocimiento oficial del área de la mecánica hizo que Josephine Cochrane se enfrentara a innumerables resistencias para que su lavavajillas tuviera éxito. Las primeras, las de las propias mujeres, opuestas a que otras mujeres trabajaran en oficios que no eran propios de su género, en especial en campos relacionados con la mecánica o la industria. “Las mujeres somos creativas pese a que se opine lo contrario. No nos dan una educación mecánica, y eso es una gran desventaja”, señaló una vez, lamentando las continuas dificultades en su camino para sacar adelante su invento.

Josephine murió en 1913 a los 84 años, el lavavajillas que inventó no le procuró una fortuna pero acabó teniendo el control del negocio hasta su fallecimiento y consiguió mejorar la vida de las mujeres cuyo sitio siempre estaba en la cocina.