GERNIKA-Lumo recordará y volverá a denunciar el viernes 26 de abril el bombardeo nazi y fascista que volatilizó la villa simbólica para la ciudadanía vasca en aquel mismo día de 1937. Uno de los edificios que quedó en pie tras aquel crimen de guerra fue el colegio de los religiosos agustinos. En aquel solar se construyó posteriormente el actual instituto. Aquel inmueble, del que los únicos vestigios que quedan son unos árboles aún en pie, fue Hospital Militar de Prisioneros de Guerra durante el bienio 1938-1940. En él, y en condiciones infrahumanas, fallecieron en manos franquistas 269 presos republicanos entre el 2 de junio de 1938 y el 3 de junio de 1940. Se les dio tierra en el cementerio municipal de Zallo.

Familiares de Fernando Campín, en el cementerio de Zallo.

Hasta esa ubicación, se acercaron el martes tres familiares de uno de los muertos. Condujeron 770 kilómetros desde tierras extremeñas para conocer dónde está su familiar que encontró la muerte el 21 de noviembre de 1939 con 20 años por tuberculosis, como la mayoría de los prisioneros. Se llamaba Fernando Campín Villafruela. Según investigaciones de la asociación Pipergorri de Gernika-Lumo, la familia mantuvo el nombre de Fernando en su honor, porque, además, habían perdido su pista. Así lo detalla la coordinadora de documentación del colectivo, Amagoia López de Larruzea: “Es muy curioso porque llamaron a un niño Fernando y tras morir con poca edad, a otro que nació le volvieron a llamar Fernando, aun siendo hermanos. Y, es más, algunos parientes vinieron a vivir a Donostia, por ejemplo”.

Campín, en foto. Es el más alto de la imagen.

Campín, en foto. Es el más alto de la imagen. PIPERGORRI KULTUR ELKARTEA

Hay constancia de que Campín fue movilizado por los autodenominados “nacionales”. Sin embargo, se escapó y pasó a luchar al bando republicano. “No conocemos la afiliación de este joven del pueblo pacense de Valverde de Burguillos”, apostillan.

El martes, los dos sobrinos y un sobrino nieto desplazados al camposanto local “vivieron momentos de emoción y de recuerdos”. Miembros de Pipergorri les hicieron de cicerones en el Memorial 269 del cementerio de Zallo y en el entorno del Hospital Militar de Prisioneros de Guerra.

En un estudio compartido y hecho realidad en formato de libro –iniciado por la asociación Gernikazarra Historia Taldea–, queda constancia de que, tras el bombardeo, en Gernika-Lumo, se ubicaron varios lugares para la reclusión de presos políticos. El primer lugar donde se alojó a prisioneros fueron las Escuelas Públicas del Pasealeku. Otro lugar fue el convento católico de las Reverendas Madres, situado en el barrio de Mestika, junto a la carretera a Errigoiti. Esta prisión también alojó a presos comunes, funcionando como centro de reclusión entre los años 1938-1942. Sin embargo, el principal centro de reclusión estuvo situado en el colegio de los Agustinos. Acogió un destacamento penal de presos republicanos que redimían pena adscritos a Regiones Devastadas (1940-1946).

“Los prisioneros del hospital miltar de Gernika, que sufrían dispersión, hacían frente a la incomunicación –porque sus familiares no sabían dónde estaban–, la soledad y el abandono. Los testimonios, además, dan constancia de la mala alimentación que se les dispensaba”. Había momentos en los que el edificio era un almacén humano de más de 300 personas. “De los 269, tenemos bien registrados a 219. Es muy importante dar con el nombre y apellidos correctos que, en ocasiones, están mal escritos. No es lo mismo que ponga González a Gonzálvez, por ejemplo, que nos ha pasado”, agrega López de Larruzea.

Muerte en el hospital

En aquel sórdido lugar acabaron muriendo, entre otros, 73 asturianos, 39 catalanes, 34 andaluces, 19 vascos, 17 castellanos y tres brigadistas. “Hubo incluso uno de Ceuta”, pormenorizan. Entre los vizcaínos, de entre 22 y 42 años, la mayoría era de Bilbao y alrededores. De Gernika-Lumo no hubo nadie, pero sí uno de Nabarniz, municipio cercano. Lo detuvieron en Santoña y fue enviado del hospital de Deusto”. Hacen referencia a Martín Gabica-Aldecoa Idarraga, labrador de 25 años. La inmensa mayoría moría de tuberculosis, un 80%, y también de fiebres tifoideas. En las relaciones de los fallecidos no han encontrado un solo diagnóstico de muerte por “herida de guerra” o como consecuencia de ella.

Los testimonios de supervivientes son clarificadores de la situación que sufrían y no sólo por estar enfermos. Sin embargo, no les ha sido fácil verbalizarlos por “el silencio de supervivencia”. Francisco Alonso Uriarte, de Sestao, estuvo internado durante sólo tres semanas. Siempre ha recordado que nunca le visitó el médico ni le fue suministrada medicación alguna. La comida recibida durante su estancia fue pobre: titos (una legumbre parecida a los garbanzos) y sardinas viejas, nada de carne o proteína animal”, le dan voz.

Begoña Fernández Madrazo fue en una ocasión a visitar a su padre, Constantino Fernández Icaza, al hospital guernikarra, en compañía, de su otra hermana y de su madre. Aquella entonces niña tenía solo 10 años, pero siempre ha recordado la siguiente escena: “Cuando salimos de la estación vimos todo lleno de escombros a un lado y a otro. Llegamos al hospital. Subimos unas escaleras al primer piso y entramos en una habitación. A un lado y a otro había camas, mi padre estaba al final, al lado de la ventana. Vi a mi padre y me quedé cortada, parada, él se echó a llorar. Estuvimos muy poco tiempo, luego bajamos al lavadero y estuvimos con la monja sor Carmen. Mi padre le dijo a mi madre que no nos abandone”.

Desde Pipergorri solicitan el recuerdo perenne para estas personas porque “la memoria nos une y Gernika tiene un deber de memoria para con los 269 prisioneros republicanos fallecidos en el Hospital Militar de Prisioneros de Guerra y nuestra memoria colectiva tiene que integrarlos”.