La de Durango es la cárcel más fantasma que me he encontrado en mis investigaciones en diferentes archivos de ciudades a las que he ido. Si no fuera por el Boletín Oficial del Estado en el que aparecen algunas cosas sueltas como libertades provisionales de las presas, podríamos haber dicho que esa prisión casi que no existió, a diferencia de la de Amorebieta, que queda clarísimo que lo fue”, valora a este medio Ascensión Badiola, autora de libros como Cárceles y campos de concentración en Bizkaia (1937-1940) o Individuas peligrosas. La prisión central de mujeres de Amorebieta (1939-1947). Badiola confirma que el desgobierno del dictador Franco habilitó dos edificios para mujeres presas en Bizkaia, las dos citadas: Amorebieta-Etxano y Durango. “No hubo más en pueblos de Bizkaia. La de Saturraran, en Mutriku, era de Gipuzkoa. Otra cosa es que, en algunas, por ejemplo, de Bilbao, que había mayoría de hombres, también se encarcelara a algunas mujeres”, diferencia.

El historiador Jimi Jiménez asiente al respecto. “La bilbaina Larrinaga tenía un módulo para mujeres. Estricta para mujeres era la de Amorebieta. Tanto Durango como la de Orue de Bilbao se abrieron para desahogar la provincial como centros que, de hecho, duraron poco tiempo”, aporta.

El inmueble elegido por el franquismo para hacinar a las mujeres estatales fue una mansión levantada en la superficie del colegio de las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana de Nevers. Documentos del Archivo Municipal de Durango la denominaban Prisión Central de mujeres del barrio de San Roque. Hizo sufrir entre noviembre de 1939 y diciembre de 1940.

Vicenta Garnica

La metaperiodista y docente universitaria Maria Gorosarri califica el penal de “almacén de mujeres”. En la actualidad solo queda a día de hoy una verja pintada de negro en la que aún se puede leer “Villa María”. Ya desde años atrás, las monjas negaron a asociaciones memorialistas como Ahaztuak 1936-1977 y al Ayuntamiento de Durango que colocaran junto a ese vestigio una placa en recuerdo de las represaliadas que algunas fuentes citan en “dos mil” y otras en “mil” llegadas del Estado, aunque con nombre y apellido no hay tantas registradas. Se estima que solo una de las reas era de Durango. Precisamente la abuela de Gorosarri: Vicenta Garnica Laserna.

Como recuerda la alcaldesa de Durango, la soberanista Ima Garrastatxu, ya en aquel tiempo, el régimen totalitarista hacía uso de “la política de dispersión”. Vicenta era vecina de la villa, pero nacida en La Rioja. La asociación Durango 1936 Elkartea ha mantenido siempre que a ella no la enviaron a otro destino “porque constaba que era nacida en Haro”.

Vicenta nunca conoció a su madre. Esta falleció al dar a luz a la pequeña, quien “siempre socialista” se afilió a UGT. Garnica conoció la cárcel de Orue de Bilbao y de Durango. “Nunca” habló de su paso por la prisión en la que coincidió con históricas como la madrileña Rosario Sánchez Dinamitera, Argentina Flórez –hermana de la considerada como última miliciana viva, la asturiana Ángeles Maricuela, de 104 años– o Tomasa Cuevas, quien dejó escritos testimonios escalofriantes para la historia. “Vicenta solo en una ocasión llegó a contar que lo peor era cuando se despertaban de noche porque se llevaban a fusilar a alguna compañera”, agrega la familia.

Preguntada Maricuela por este diario sobre la experiencia de su hermana Argentina al respecto en Durango, la asturiana que sufrió cárceles junto a ella y las separaron en Saturraran acentúa que “estuve cuatro años sin verla y sufrí mucho. Luego me contó que estuvo en la cocina y que, por lo menos, no moría de hambre como en Saturraran. Acabó viviendo en Barakaldo, casada con uno de allí, y yo viví con ellos un tiempo hasta que se murieron los dos en un accidente de tren”, detalla la centenaria desde Gijón.

En aquel tiempo, Leonardo Tristán era el alcalde que el desgobierno de Franco designó como regidor en Durango, y fue durante su mandato cuando tuvo lugar la llegada de las presas procedentes de la prisión de Las Ventas, en Madrid, que se encontraba saturada tras el fin de la guerra. Ocurrió el 28 de diciembre de 1939. Algunas fuentes aseguran que aquel día recalaron 350 mujeres.

Los testimonios de la época –según un estudio de la Fundación Juan de los Toyos– registran que la población local desplegó “una admirable solidaridad” con las presas y se hizo cargo de menores hasta que poco a poco fueron siendo recogidos por sus familiares. Así, por ejemplo, la durangarra Maite Andueza no olvida hoy que siendo niña solía ir a visitar a una mujer presa en Villa María. “No sé si era su nombre, su apellido o si era del pueblo madrileño de Chiloeches, pero yo le tenía mucho cariño y siempre le decía a mi madre en euskara: Ama, ¿cuándo vamos a ir a ver a Chiloeches?”, rememora a sus 87 años.

Un bebé

Plácida Carmena con su hija

Fuentes del Ayuntamiento de Durango comunican que en aquel penal murieron, al menos, Dolores Castillo, Guadalupe Gargallo, Eugenia Hinojosa, Nieves Martín, Eustaquia Pérez y seis menores. Uno de ellos fue el bebé Ángeles Lancha. Las monjas arrebataron aquella niña a su madre Plácida Carmena tras presuntamente fallecer el 25 de abril de 1940 y se le dio sepultura con apellidos erróneos de Landa y Carmona, en vez de los reales Lancha y Carmena, “en la calle Santo Tomás, nº 16, del Cementerio de Durango”. Según el libro “en el presidio”. La causa: “bronconomía” (sic). Así lo atestigua el Libro de inhumaciones del Cementerio de Santa Cruz de la Villa de Durango, 1918-1953, que custodia el archivo. Este medio se ha puesto en contacto con su familia residente en Toledo. “A mi abuela le dijeron que le quitaban la niña porque había muerto, pero vete a saber... Ella contaba hasta el día de morir que ni la vio muerta ni que la enterraran”, estima Óscar Lancha, nieto de Plácida y sobrino de Angelita, supuesta niña fallecida con un año.

En opinión de Maria Gorosarri, la represión fascista contra las mujeres se basaba en negar el carácter político de la militancia femenina. “Hablar de mujeres inocentes, ignorantes, sin ideología definida… invisibilizaba su participación social y política en la sociedad republicana y en la lucha antifascista. Sobre todo, suponía ejecutar la estrategia diseñada por los fascistas para denigrar a las mujeres”. De hecho, pormenoriza que la resistencia antifascista que se organizó en “un Durango vencido” –lo califica–, con muchísimos hombres encarcelados y fusilados, fue únicamente femenina. “Algunas mujeres se comprometieron en asistir a las presas que ni siquiera conocían, pero que no tenían visitas, porque sus familias vivían lejos o porque las habían asesinado. Compartían visitas y un pasado antifascista común”.