No siempre las malas acciones acarrean desgracias. Al menos mientras la música acompañe. Elisabeth Michot, “una francesa, instalada en España desde los tiempos de la dictadura”, como se describe a sí misma, era a finales del siglo XX una reputada organizadora de conciertos de música antigua. Podía presumir de cierto prestigio profesional en Europa y de una actividad intensa. A principios del siglo XXI contrató un coro de 22 niños de un orfanato de Uganda para complementar una serie de actuaciones. Terminada la gira, regresó al orfanato. El director se quedó el dinero y desalojó a los peques. Michot retornó a España con los 22 del coro.

“Me hallé en una situación en la que no tenía más remedio que ayudarles a sobrevivir. ¿Y cómo lo iba a hacer? Pues a través de la música, que es lo que conocíamos”, narra Michot.

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De nuevo en Kampala, alquiló una casa y formó el orfanato en el que se han educado quienes viven allí ahora. Y constituyó la ONG. En este momento, cerca de 60 personas dependen de la entidad.

“Al final de mi vida, sin quererlo ni planteármelo, me encontré que podía realizar lo que he querido desde que tengo memoria: ocuparme de niñas y niños, quererles, educarles y ayudarles a madurar, haciéndolo con música y en mi querida África. ¿Alucinante, no?”, concluye la fundadora de Música para salvar vidas hace ya más de 15 años.