Además de ser el director de esta versión de la obra teatral escrita por Jean Poiret en 1973, el polifacético Ángel Llàcer protagoniza, junto con Ivan Labanda, La jaula de las locas, ambos en el personaje de Albin. Aseguran que el mensaje que lanzan a través himnos ya clásicos como Yo soy lo que soy es catártico. Aunque creen que el teatro puede ser “un arma de pensamiento” no pretenden cambiar a nadie, sino transmitir tanto a través de la emoción que el público vuelva una y otra vez. 

¿Cómo afrontan cada uno de los estrenos en diferentes ciudades? 

—Ivan Labanda: Mi padre es de Bilbao, está muy mayor y no va a venir pero ha avisado a toda la familia y están todos revolucionados. 

—Ángel Llàcer: La obra habla de que la gente sea como es y los bilbainos son muy como son y no quieren ser otra cosa. Es una sociedad muy sincera.

Describen la obra como “un bálsamo de bienestar que dura dos horas y media”. ¿Su resonancia llega más allá? 

—A. LL.: Seguro. La experiencia acaba cuando repites con tus seres queridos. 

—I. L.: Y repite muchísima gente, es lo que nos encontramos en muchas plazas. A la salida se escucha a la gente decir: ‘Es la tercera vez que vengo’ o ‘He venido con mi familia y ahora con mis amigos’.

Y eso no es nada habitual. 

—A. LL.: No, pero son esas cosas que son tan buenas para el alma como un masaje, la gente repite por eso. Es más una experiencia de sensaciones. Es como escuchar una canción, no extraña que la escuches varias veces.

—I. L.: La comunión entre lo que pasa en el escenario y el patio de butacas es absorbente y lo aglutina todo. Esto no suele pasar. Realmente te olvidas de que estás viendo una obra.

Se describe como un canto a la libertad, a quererse a uno mismo, algo que se da por hecho. Sin embargo las consultas de psicología están llenas de personas con problemas de autoestima. 

—A. LL.: Esos problemas vienen porque los que tienes alrededor no te terminar de querer tal y como eres, ahí es cuando la cosa se empieza a tambalear. Si tienes una red de personas que te quieren como eres terminas creando una tribu, un clan. Los problemas de autoestima ahí se superan. Lo que mueve al ser humano es la debilidad, cuando uno es fuerte es para superar una debilidad. Creo en la esencia de la buena persona, incluso creo que una mala persona intenta vencer muchas otras cosas.

—I. L.: Suscribo lo que ha dicho. Es una función bastante catártica. Se genera una emoción al ver a alguien libre sobre el escenario... Es lo que muchas personas querrían ser pero no se atreven en la vida real. 

Ivan Labanda y Ángel Llàcer en uno de los palcos del Teatro Arriaga. Jose Mari Martinez

La interpretación de ‘Yo soy lo que soy’ es precisamente uno de los puntos álgidos. 

—I. L.: En esta función hay dos mensajes importantes. Uno es después del primer acto, cuando se canta Yo soy lo que soy, un himno del teatro musical y de la historia de la música. Después hay otra canción, La vida empieza hoy, que hace referencia a que hay otra oportunidad para vivir. Es un carpe diem. Son los mensajes que más impregnan al público. Es impactante ver a todo el mundo tan emocionado. 

—A. LL.: Compartimos protagonismo con otro personaje interpretado por Armando Pita, un actor que ha hecho todos los musicales. Siempre dice que no ha oído tantos aplausos en su vida.

España es un país bastante progresista en cuanto a la defensa de los derechos de las personas LGTBIQ+, lo que ha evidenciado las resistencias de la derecha. ¿El teatro puede ser una forma de reconducir conductas retrógradas? 

—A. LL.: El teatro siempre ha sido un arma de pensamiento, pero yo no voy a intentar cambiar la forma de pensar de nadie. Si quieren ser homófobos, que lo sean. Mientras que a mí no me agredan. El problema es cuando vienen y nos zurran ¿En qué cabeza cabe? Es algo que a mis 48 años aún no he entendido. 

—I. L.: Estoy de acuerdo.

—A. LL.: ¿Pero tú has entendido por qué pegan? Creo que al final llevan una rabia dentro, porque el ser humano es muy complicado. A lo mejor hay una rabia dentro porque se atreve a ser lo que yo soy. Detrás de una agresión homófoba hay un gay, porque si no no se explica.

—I. L.: Y miedo a lo desconocido.

Hay más de 140 cambios de vestuario en la obra. ¿Cómo se preparan para ello? 

—I. L.: Tenemos cuatro cambios de vestuario en los que nos ayudan cinco personas, si no no llegaríamos. Son cambios integrales y se cambia hasta la peluca. Es como si hubiera otra función tras del escenario, es trepidante.

Ambos interpretan a Albin. 

—A. LL.: Iván empezó hace cuatro años haciendo de Georges.

—I. L.: He empezado a hacer Albin ahora que estamos girando.

—A. LL.: Y te gusta mucho más.

—I. L.: ¡Muchísimo más! Georges es el pilar de la función pero es menos agradecido que Albin, que es todo fuegos artificiales. Es quien hace reír y conecta con el público.

Se conocen desde hace más de 20 años. ¿Qué han aprendido el uno del otro? 

—A. LL: ¡Yo de él no he aprendido nada! Pero no sé hacer lo que artísticamente hace él. Aprovecho, como también soy director, para pedirle que haga lo que yo no sé.

Los datos indican que los teatros no han recuperado las cifras anteriores al covid. ¿Creen que Aste Nagusia es una buena excusa para reconquistar al público? 

—A. LL.: Siempre quiero que las cosas estén bien. Cuando algo está bien hace que la gente vaya más al teatro. Me enfado cuando veo otro espectáculo que no me acaba de gustar. Lo que intento es dar una calidad. En este espectáculo llevamos cuatro años y hemos podido corregirlo todo. Se trata de conectar con la emoción del espectador. En el momento en el que conectas el espectador va a volver.

¿Cuál es la clave para que una historia se siga representando después de tantos años? 

—A. LL.: La clave es que el ser humano no evoluciona, al menos no para bien.

¿Prevén que pierda vigencia? 

—A. LL.: No. Creo que estamos en un momento como aquel en el que se extinguieron los dinosaurios.

—I. L.: Creo que La jaula de las locas ofrece una oportunidad para volver al teatro después de la pandemia y a la sombra de una recesión. Poder venir al teatro y hablar de temas universales, hacerlo de esta forma, hace que sea como un bálsamo y la gente se olvide de sus problemas. Las obras de teatro siempre acaban hablando de nosotros mismos.