Pongámonos en contexto. La asiriología es uno de los llamados estudios clásicos: el estudio arqueológico, histórico y filológico de las culturas del Antiguo Próximo Oriente que usaban la escritura cuneiforme y la lengua acadia y sus dialectos. Otras lenguas como el sumerio, el elamita, el hitita, el hebreo y el arameo también son estudiadas por los asiriólogos, especialmente con fines comparativos. En esa ciencia se especializó Juan Gorostiaga, que nació casi con el siglo XX (1905, Deusto), para más señas el 30 de marzo.

Cuenta su biografía que estudió en Comillas y que se graduó después como doctor en Filosofía y Letras, especializándose en estudios bíblicos, y más particularmente como doctor en Asiriología, según cuentan, el más joven de su época. Vivió en Roma dando y tomando clases, en la Casa de Carlino, regentada por los Trinitarios. Una mirada express a sus anchos conocimientos recuerda que fue licenciado en Sagrada Escritura, Miembro de la Sociedad Lingüística de París y a su vez académico de número de Euskaltzaindia. En 1952 publicó Épica y Lírica vizcaína antigua, Historia del Guecho antiguo y en 1955 Antología de Literatura popular vasca. A lo largo de su vida colaboró en varias revistas y publicaciones.

Pero en el camino hubo un puñado de historias más que no debieran caer en saco roto. Por ejemplo, que cayó en las fauces de la guerra. Se exilió primero a Barcelona (hizo un viaje a tierras catalanas con el lehendakari Aguirre en tiempos de la República...), después a Francia y más tarde, huyendo de los nazis alemanes, a México, donde ejerció como misionero durante varios años. Las noticias que de allí llegan aseguran que bautizó a cientos de niños.

Ya de regreso, con pasaporte que no era el suyo cruzó la frontera en torno a 1950. Iñaki Anasagasti, quien guarda de él cierta memoria, asegura que “antes de que Koldo Michelena ocupara la cátedra de euskera en Salamanca, Gorostiaga impartió un curso en dicha Universidad”. Se instaló, poco después, como capellán de los Ángeles Custodios y párroco en Algorta, sin dejar jamás de conectar con la cultura vasca, a un lado u otro de la frontera. El tiempo borró sus quehaceres pero recuerdan que su poso fue encomiable.

Era un hombre de portentoso físico y prodigiosa memoria, todo ello enriquecido con el don de la conversación. Sus saberes alimentaban aquellas charlas, habida cuenta que sus estudios del pasado, merced a la asiriología, eran fuentes de interés. Trabajó, por citar uno de sus innumerables estudios, sobre las primeras ciudades del mundo, como Ur, es de un valor incalculable para entender el nacimiento y desarrollo de fenómenos centrales para la historia humana, como el proceso de urbanización, la escritura, la ciencia y la técnica, la religión, el poder político y la guerra. ¿Quieren más? Asiría, que ya desapareció, en gran parte corresponde al actual Kurdistán, y nuestro conocimiento de aquel imperio se reduce a unos nombres, Semíramis o el terrorífico Asurbanipal, pueblo célebre por sus grandes barbas y cabelleras, signos de su dignidad. Y Gorostiaga dominando el semítico, que más tarde desembocó en el arameo, no dejó de estudiar sus relaciones con el euskera.

Los estudiosos de su vida y de su obra le atribuyen obras inéditas, probablemente por inacabadas, como Orígenes de la Lengua Vasca, Diccionario etimológico vasco, y Los orígenes cristianos del País Vasco. En los últimos años, casi una década, vivió retirado en el convento de los Padres Trinitarios de Algorta, desde que Txaro, su hermana, se murió. Él lo hizo en 1988 tras una mala caída en el convento. Su pueblo apenas le recuerda entre brumas. Una lástima.