“Yo soy el Tour”. No lo proclama Tadej Pogacar, juguetón, dominador e intimidante, porque en él se impone el sentido lúdico, el de un muchacho de 23 años que disfruta de su buena estrella y sonríe a la vida. Aunque el esloveno, poderoso, bien podría hacer suya la frase. Sucede que el campeón de los dos últimos Tours, varios cuerpos por encima del resto, no deja de ser un chico nacido en Komenda que se divierte compitiendo.

Por eso, cuando encara su tercer Tour con dos coronas sobre su cabeza, sobre sus cabellera rubia de querubín travieso, recuerda su infancia, los años en los que la bici era puro divertimento, un viaje en libertad persiguiendo sueños por la carretera. Aquel Pogacar no difiere, en lo esencial, del competidor voraz, siempre hambriento, que domina el ciclismo con cierto deje que entronca con el legado mayúsculo del mito Eddy Merckx, El Caníbal. El belga de todas las victorias bendice al esloveno, que se aproxima a ese estirpe de campeones despiadados, inclementes, insaciables. Competidores natos. Nacido para ganar. Depredador con rostro de niño.

Pogacar enarbola su tercera participación en el Tour con la misión de almacenar su tercer laurel y aproximarse a la tierra de los mitos, donde emergen las leyendas. Lo del esloveno es una misión, un mandato. El primer Tour lo conquistó por sorpresa con aquella contrarreloj lisérgica en La Planche de Belles Filles. El segundo lo agarró por la pechera con una exhibición hiperbólica camino de Le Grand-Bornand. Fue su confirmación. Allí mató el Tour.

EN BUSCA DE LA HISTORIA

Detrás de él, la nada, y después Vingegaard y Carapaz. El tercero, aún por escribir, alude a la obligación, aunque él huye de esa definición. Pogacar solo lo observa como el próximo capítulo de su currículum, mejor incluso que la de Merckx en sus años mozos. El belga se ve reflejado en el esloveno, un muchacho que corre contra sí mismo, contra la historia, siguiendo el rastro de la huella que dejaron los más grandes en la carrera francesa. Jacques Anquetil, Merckx, Bernard Hinault y Miguel Indurain, que son algo así como los padres de la nación Tour. En ese panteón de los mejores de siempre pretende Pogacar inscribirse a partir de este viernes. Desde Copenhague a París a través de 3.500 kilómetros y 21 etapas.

Inaccesible, irresistible desde su explosión nuclear en 2020, el esloveno solo concedió cierta esperanza en Col de la Loze. Aquel día mostró un resquicio. Después ocurrió La Planche de Belles Filles. Un lugar para el recuerdo de las grandes hazañas y los imposibles. El sueño de Pogacar y la pesadilla de Roglic. El cielo y el infierno en el mismo plano.

A partir de aquel instante, Pogacar levita. Nadie es capaz de aproximarse al esloveno. Ni tan siquiera de rozarle. Imbatible a quemarropa, en el vis a vis, el esloveno mágico se mide a sí mismo, al reflejo dorado del espejo. Da la impresión de que a su espalda se dibuja el vacío existencial. Nadie puede sombrearle. Sus rivales cuelgan del retrovisor. Observan desde la lejanía, en una danza de impotencia, la sublimación de Pogacar.

MEJOR QUE EL PASADO AÑO

En ese escenario, el sol Pogacar deberá esquivar lo incontrolable. La incertidumbre. El covid, que se ha colado por los recovecos del Tour, parece el peor adversario para el esloveno. Enemigo invisible, el bicampeón de la Grande Boucle, que maneja mejores datos de rendimiento que el pasado curso, teme a los intangibles. El resto no le incomoda. Ahí se encaraman un puñado de rivales de enorme categoría pero que saben que se enfrentan a un reto himalayesco: derrocar al coloso en su plenitud. Una fuerza de la naturaleza desatada.

Por eso, al igual que sucedió con Merckx, a Pogacar tendrán que provocarle la derrota porque difícilmente él conceda nada. Dominador en todos los terrenos, solo una alianza contra el esloveno induce algo de esperanza al resto.

ROGLIC Y VINGEGAARD

Roglic y Vingegaard, ambos segundos tras Pogacar en 2020 y 2021, respectivamente, acuden con la idea de unir fuerzas para desestabilizar al rey del Tour y sacarle del trono a empujones. El esloveno, tres veces campeón de la Vuelta, un ciclista enorme, y el danés, cada vez más sólido, son los contendientes más firmes para contener al esloveno. Apuntalados por un equipo formidable, con Van Aert, entre otros, se antoja el contrapoder de Pogacar.

Ineos, el otrora dominador de las pasada década del Tour, presenta un monstruo de tres cabezas con Geraint Thomas, campeón en 2018, Daniel Martínez y Adam Yates. Sin embargo, ninguno de ellos posee la capacidad de Pogacar. Deberán plantear una carrera distinta, imaginativa.

Aleksandr Vlasov, un ciclista que adquiere volumen, es otro de los outsiders dispuestos a pelear con el esloveno. Enric Mas, que busca el podio, al igual que O’ Connor, Quintana, Urán y el resto de contendientes asoman como secundarios. En cualquier caso ninguno de ellos en solitario es suficientemente fuerte para amainar el vendaval Pogacar.

EL RETO DEL PAVÉ

El recorrido del Tour se eriza con dos cronos, muy exigente la última, de 40 kilómetros después de la fatiga acumulada. Antes, brotará el día que más teme Pogacar, no tanto por sus habilidad de rodar con seguridad sobre el adoquín como por los peajes que se pueden cobrar las piedras por cualquier incidente. En el pavé todo se magnifica para bien o para mal. Froome perdió el Tour de 2014 a pedradas.

El trazado camino de Arenberg, con 19 kilómetros de adoquines repartidos en 11 tramos, es una de las claves de bóveda del Tour. Las cumbres, con el inicio en el explosivo La Planche des Belles Filles, la llegada al Col de Granon, el vuelo sobre Alpe d’Huez y la escalada a Hautacam son otros puntos incandescentes. En esas montañas se redactarán los renglones de la Grande Boucle. “Mi única preocupación es que Tadej esté protegido. El resto está en sus piernas”, reflexiona Josean Fernández Matxin respecto a Pogacar.

"Mi única preocupación es proteger a Pogacar, el resto está en sus piernas"

Josean Fernández, Matxin - Mánager del UAE

Si bien la táctica no resulta novedosa ante los fenómenos, –Merckx también tuvo que defenderse de ataques combinados–, no es descartable que los diferentes intereses de los adversarios concluyan ante un rival que es superior al resto punto por punto. El objetivo común es sacar de la ecuación a Pogacar. Probablemente la idea fuerza es hacer perder el Tour al esloveno en lugar de ir a ganárselo.

TODOS CONTRA POGACAR

En ese ecosistema, los rivales del esloveno tendrían opciones reales de competir entre sí mismos porque Pogacar, si nada extraño o traumático acontece en la carretera, en la propia competición, es mejor. Conscientes de que el esloveno es superior cuando se trata de examinarse en las distancias cortas, buscar la sorpresa, ser agresivos y valientes en carrera y socavar los cimientos de su equipo, el único punto algo débil en el acorazado esloveno, podrían servir para llevar al límite a Pogacar.

Solo ahí podrán atosigarle. Tal vez ni con ese alcance. Una confabulación de distintos adversarios con el único deseo de dañarle asoma como el método para combatirle. Así acabaron con Julio César, víctima de una conspiración. Desde entonces los idus de marzo contienen ese significado. En el Tour, será Pogacar o los idus de julio.