Cuantas veces no se habrá recordado la muralla de Bilbao en las historias del ayer, contadas una y mil veces. Se dice que con su creación se procedió a la división del mundo rural y la ciudad incipiente, como si fuesen dos universos ajenos y alejados. No ha quedado testimonio glorioso de su existencia como, qué sé yo, quedó del legendario muro de Adriano que marcaba la frontera entre la Britania romana y la Caledonia no conquistada al norte. Con todo tuvo su poder y su fortaleza en la época medieval.

Buena parte de su existencia queda reflejada en grabados que, a partir del siglo XVI, serán el testimonio gráfico del Bilbao primigenio. ¿Quieren un ejemplo concreto? La vista de Bilbao dibujada por Muflin en 1544 para el Civitates Orbis Terrarum es prueba fehaciente. Diferentes son los autores que se han referido al tema de la Muralla bilbaina. Sergio Martínez y Beatriz Arizaga señalan en un estudio, publicado en Bidebarrieta, que las primeras referencias documentales del muro se remontan a los privilegios concedidos por Alfonso XI en 1334 y a los de Juan Núñez de Lara, Señor de Bizkaia, en 1335. Por ahí ronda la historia. Algo más adelante les explicaré el porqué del uso de este verbo.

La Historia señala su utilidad. Además de su función defensiva, la muralla servía también para separar dos tipos de vida bien diferentes. Extramuros, se extendía el mundo rural, el de la gente modesta que se dedicaba a la pesca, la agricultura o la ganadería. Y del muro hacia dentro, vivían los villanos y comerciantes, las familias de apellidos importantes, títulos y palacios, como el de Cortázar o el de Arana entre otros. Lo que les decía antes: dos mundos enfrentados en sus formas y sus quehaceres. La muralla se levantaba antaño rodeando y protegiendo lo que hoy conocemos como las Siete Calles de Bilbao. Somera, Artekale, Tendería, Carnicería, Belostikale, Barrenkale, Barrenkale Barrena y los cantones que las unen fueron, según todos los indicios, origen y corazón de la villa durante siglos.

Se sospecha que su construcción duró, aproximadamente, treinta años. Comenzó a edificarse en 1334, y fue debido a una orden del rey Alfonso XI de Castilla, que la mandó hacer. El propio Alfonso XI cedió para ello 15.000 maravedíes anuales durante cinco años, y en 1335 sería el señor de Bizkaia el que donara un robledal en Basondo para que con sus beneficios se ayudara a la obra de la cerca.

Tenía un perímetro de 964 metros aproximadamente, una altura de unos 7 metros y un grosor de 1,68 metros. La muralla empezaba en un edificio de la calle Somera y recorría la ribera para luego ir por las calles Pelota, Perro, Lotería, Banco de España, Santos Juanes, y cerraba el círculo en línea recta por la actual calle Ronda. Estaban contabilizadas 12 puertas y dos portillos. Estos últimos se abrieron muy tarde, hacia 1588, para comunicar dos cantones.

Hay que recordar que cuando se funda Bilbao era un tiempo convulso, la época de las luchas de bandos. Sí había cierto peligro de invasión pero también una cuestión de prestigio, habida cuenta que una villa se sentía más poderosa con estas cuestiones. El propio Alfonso XI pensó en construir murallas en Bermeo y Lekeitio.

Entre la muralla y las casas inmediatas quedaría un espacio, la ronda, que con el tiempo sería absorbido por las casas pero cuyo nombre perviviría en la calle que cierra el casco bilbaino por el lado Este. Es por ello que las manzanas que apoyan en la cerca son las más profundas: las de Somera llegan a los 26 metros, y en Barrenkale Barrena se alcanzan los 29, frente a los 16 habituales de otras manzanas.

Casi toda la gente que ha estudiado su historia asegura que cayó después del pavoroso incendio que sufrió Bilbao en 1571. Las últimas investigaciones aseguran que no fue así. Al parecer la muralla perduró hasta el siglo XVIII. Acabó siendo invadida por las casas. Las levantaban sobre la misma muralla. A partir del siglo XV y XVI comenzó a invadirse y a derribarse.

¿Se perdió con aquel derribo la huella de aquellos tiempos? No del todo. Quedan dos fachadas en la calle Ronda, a la altura del número 13, donde se puede ver cómo se utilizaba la muralla como fachada. También existen grandes restos en el subsuelo de San Antón. Y una hornacina de la Santísima Trinidad en Artekale. Es el único recuerdo que queda de una puerta de la muralla que había en ese lugar, ya que la hornacina formaba parte de una de las puertas. Justo en frente, a la altura del número 16 de la propia calle Ronda, está ubicada la casa natal de Miguel de Unamuno, quien pronto pasaría a vivir en la calle La Cruz.

Su recuerdo, la memoria de la muralla, quedó grabado para siempre en el nombre de dos calles del Casco Viejo. Una es la Calle de la Pelota, llamada así porque, cuando demolieron la muralla, los bilbainos aprovecharon los restos de piedra para jugar a la pelota y al frontón en esa zona. La otra es la Calle Ronda, cuyo nombre hace homenaje a los turnos de vigilancia que realizaban los soldados en la muralla. En la propia calle Ronda, también conocida como la calle más oscura de Bilbao, por los más clásicos.

Pueden hoy los visitantes detenerse en los comercios que se sumergen en los muros de la calle Ronda, iluminándose por uno de los célebres faroles de Bilbao, un pariente cercano de aquel celebérrimo farol de Artecalle al que tantos versos y canciones se han dedicado. Es una buena visita.