Los aficionados del Surne Bilbao Basket se estarían pellizcando después del primer cuarto de ayer en Zaragoza. Y, en concreto, los casi 300 que acudieron a la ciudad de El Pilar estarían lamentando haber escogido, precisamente, el partido de ayer para protagonizar el primer desplazamiento masivo. Lo mejor al cabo de esos diez minutos de horripilante baloncesto, uno de los peores cuartos de la historia de la Liga Endesa, era el resultado, que dejaba todas las opciones abiertas a poco que los hombres de negro se pusieran a la tarea. Con decir que en ese parcial se vieron más tapones que canastas de campo ya es posible hacerse una idea del despropósito de ambos equipos.

Quizás la baja de última hora de Ludde Hakanson trastocó demasiado los planes y hubo que volver a recolocar los roles de nuevo, pero el destrozo podía haber sido mucho peor de no haber topado con un Casademont Zaragoza atacado de los nervios, tan desacertado o más. A partir del segundo cuarto, el Bilbao Basket empezó a hacer las cosas con cierto criterio y la decisión adecuada y volcó el partido de su lado con un parcial de 6-22 que logró gestionar pese a algunos atascos en ataque importantes que dieron vida a un rival desquiciado durante muchos minutos y que era incapaz de meter un triple, pese a jugar a favor de su público.

Tampoco es que los de Jaume Ponsarnau brillaran en su propuesta ofensiva, pero su virtud fue reducir las revoluciones del duelo y limitar el número de pérdidas de balón para impedir que el Zaragoza se lanzara en transición. Agustín Ubal y Ignacio Rosa dieron buenas rotaciones y, esta vez, el efecto Aday Mara no se notó en las filas aragonesas.

Tras el descanso, además, el Bilbao Basket, a falta de algún jugador desequilibrante en el uno contra uno ante una defensa pegajosa, mejoró en su juego sin balón, pese a que se buscara de forma previsible a Jeff Withey, para anotar en algunas situaciones sencillas que elevaron la frustración en las filas locales. Una zona mixta ordenada por Porfirio Fisac provocó algunas dudas, pero los hombres de negro ya tenían claro a esas alturas que el partido había que ganarlo en defensa y eso les permitió mantener siempre una ventaja tranquilizadora.

Los dos acercamientos de los maños llegaron por la falta de decisión en ataque, por pases blandos que no encontraban destino y por acciones mal finalizadas cerca del aro. Un par de acciones de Nikola Radicevic, cuyo regreso ha sido muy bienvenido, contuvieron la primera, pero a la desesperada, el Zaragoza llegó a colocarse a tres puntos con un parcial de 7-0 que penalizó a un equipo visitante que pensó que el partido se había acabado antes de tiempo. Sin embargo, en una defensa clave los locales regalaron tres tiros libres a Francis Alonso para que este pusiera la sentencia y convirtiera la tortura del primer cuarto en una fiesta por todo lo alto para celebrar los 600 partidos en la ACB y los 31 años que ayer cumplió Michale Kyser.

Al final, el viaje mereció la pena para ver al Bilbao Basket abrir de nuevo otra racha positiva, dos victorias seguidas que le pueden permitir acabar la jornada entre los ocho mejores y, sobre todo, con una buena distancia respecto a los puestos de peligro. Fue un golpe en la mesa en el momento oportuno. No es una persona que se alimente del afán de revancha, pero Ponsarnau seguro que disfrutó el triunfo como pocas veces al lograrlo en una plaza cuyo trabajo, que no tuvo los frutos deseados, fue despreciado y su figura, vilipendiada. Ahora llegan tres partidos seguidos en Miribilla, uno en la Champions League y dos en la Liga, para continuar poniendo cimientos en los objetivos de un equipo al que no le abandona la mala suerte, que ya es una más en el vestuario.