La versión más floja de la temporada no tuvo consecuencias graves. El punto obtenido le permite al Athletic tomarse sin dramatizar el aviso recibido en el Sánchez Pizjuán. No siempre es posible que todo salga rodado, como ha venido siendo norma en la inmensa mayoría de las jornadas previas. Nadie está a salvo de que un día amanezca nublado. El balance general obliga a analizar con indulgencia el borrón del sábado, pero no lo hace desaparecer y, desde luego, tampoco conviene obviarlo.

El partido abría la cuesta de octubre, una serie de compromisos que en teoría entrañan una complejidad superior a la afrontada en agosto y septiembre. La verdad es que no está muy claro si la cita de Sevilla debía incluirse en el lote anterior, plagado de rivales llamados a vivir en la mitad baja de la clasificación, o en el que figuran Atlético de Madrid, Getafe, Barcelona y Villarreal, los próximos adversarios. La crisis abierta en el club andaluz, reflejada en un único triunfo en once citas, constituía una invitación a que los chicos de Ernesto Valverde prolongasen la inercia positiva. En este sentido, ni fue casual que el Athletic repitiese un once que venía de encadenar dos victorias, ni que Jorge Sampaoli diseñase una formación con múltiples cambios, alguno sorprendente que supuso forzar el debut de Marcao, lesionado desde su fichaje, o la suplencia de varios pesos pesados: Navas, Rakitic, Delaney, Bono o Acuña.

Sin embargo, pese a que el Sevilla demostró el porqué de su delicada circunstancia, el Athletic estuvo perdiendo durante setenta minutos y fue a raíz de conseguir el empate cuando realmente confirmó estar en posesión de argumentos serios para aspirar al éxito. Antes, se asistió a un primer acto bastante flojo: recibió el clásico gol que concede quien no se ha levantado de la siesta y de no mediar un par de meritorias intervenciones de su portero acaso a estas horas se hablaría de fiasco y no de un empate sin gracia.

Lo peor fue la incapacidad exhibida para transformar la puesta en escena a lo largo de tantos minutos huérfanos de juego, con un único recurso ofensivo activado que se llama Nico Williams, concediendo al anfitrión la posibilidad de gestionar el duelo con cierta holgura, por más que en lances sueltos se le vieran las costuras. Luego, Valverde declararía: “Quiero pensar en que nosotros hemos estado bien, no en que el Sevilla ha tenido algún problema” y “nos hemos volcado en el segundo tiempo y tras el 1-1 creía que íbamos a ganar, tengo la sensación de que podíamos haber ganado”. Se empeñó en hacer prevalecer una lectura generosa sobre el rendimiento propio, aunque le fue imposible negar los problemas que planteó el rival, especialmente hasta el descanso.

Quedarse con la última parte de un partido suele ser lo normal para el espectador medio, lo más reciente se graba mejor en la memoria, y en dicho tramo el Athletic logró por fin desnudar a su oponente. Sin brillantez, a base de empuje, tesón, poderío físico, el peligro se concentró en el área de Dmitrovic. El Sevilla reculaba, afloraban las miserias que precipitaron el despido de Julen Lopetegui. Entonces sí que los estados de ánimo de cada bando se plasmaron con nitidez sobre la hierba. Falló la puntería, no así las oportunidades de unos jugadores negados en una asignatura que se presumía aprobada.

Esto último, sin olvidar que el Sevilla estuvo en un tris de llevarse el gato al agua en el tiempo añadido, lo de la impericia en los metros decisivos, no causa excesiva preocupación en un contexto salpicado de goleadas, pero ocurrió. Valverde confió en Raúl García como desatascador y el veterano tuvo una, pero no forzó más la máquina pese a que había dos puntas más en el banquillo. De hecho, el técnico solo consumió cuatro cambios, más bien tres porque Morcillo entró cuando entró.

Contabilizados los 98 minutos, lo más justo es admitir que Sevilla y Athletic se repartieron el control del choque. A medias. Primero el local y luego el visitante. Uno apoyado en el impulso de la ventaja tempranera, echando el resto en disputas y despliegue. La cuota de faltas y tarjetas amarillas que acumularon los de Sampaoli fue clave en el equilibrio de fuerzas, su manera de compensar unas carencias objetivas que el Athletic no explotó, salvo al final, después de que Vesga marcase. A partir de ahí borró al adversario y generó las tres llegadas que auguraron la voltereta.

Consensuar la justicia del desenlace implica abrir un debate interminable, pero del repaso de las aportaciones individuales en el bando rojiblanco se deduce que la victoria fue una posibilidad tan cierta como la derrota. Por tanto, lo cabal es reconocer que el Athletic de los días anteriores no hubiese dejado ni un resquicio para que este Sevilla deprimido diese pie a cuestionar la propiedad de los puntos.

Plan de trabajo

Descanso antes del Atlético

A puerta cerrada. Después de realizar ayer la habitual sesión de recuperación tras el partido en el Sánchez Pizjuán, Ernesto Valverde ha concedido a su plantilla descanso en la jornada de hoy. De esta manera, será a partir de mañana cuando el conjunto rojiblanco comenzará a preparar el encuentro del sábado (21.00 horas) en San Mamés ante el Atlético de Madrid. El entrenador del Athletic, como es habitual en las últimas semanas, ha fijado que todas las sesiones sean a puerta cerrada en las instalaciones de Lezama. Los leones, que se mantienen en tercera posición en la clasificación, recibirán a los de Simeone, cuartos, con 16 puntos, uno menos que los bilbainos.