Si Unai Simón tuviera que escoger un calificativo que describiese su aún breve itinerario en el Athletic, donde acaba de iniciar su quinto año, entretenido podría encajar. Tampoco sería inadecuado decir accidentado o enrevesado porque en efecto lo ha sido, pero como presenta un balance netamente positivo la primera elección se ajusta mejor a sus vivencias. La realidad es que en tres oportunidades le ha tocado protagonizar un comienzo de temporada extraño, anómalo. Sin ir más lejos en la presente campaña, pero tres cuartos de lo mismo le ocurrió en la anterior y también en la que significó su debut en el primer equipo. A fin de explicar esta concentración de episodios poco habituales en una misma persona, nada más adecuado que remitirse al azar, factor que todo lo aguanta. Pues ni ha habido una única razón, ni las circunstancias se han originado por voluntad propia y además han implicado a unos cuantos compañeros de demarcación, cada cual con su historia particular a cuestas.

El pasado domingo en San Mamés, uno de los focos apuntaba directamente a la portería. Era lógico porque Simón iba a jugar contra el Mallorca sus primeros minutos del verano. Inédito por culpa de una lesión (tendinopatía en el hombro derecho) que arrastraba desde mediada la campaña precedente, su inclusión en el once se antojaba un tanto forzada. Flotaban en el ambiente las dudas sobre su respuesta, dudas que se encargó de despejar con una actuación notable. No necesitó participar demasiado, pero en dos o tres acciones borró hasta el más mínimo atisbo de controversia. Ante la impericia del equipo en el área opuesta, Simón fue decisivo para que el Athletic sacase en limpio un punto.

Ernesto Valverde apostó por él, quiso creer que le bastaría sumar un puñado de sesiones en Lezama a su acreditado nivel para realizar su trabajo. Prefería el técnico asumir esa cuota de riesgo antes que decantarse por Ander Iru, utilizado en los últimos amistosos y nuevo en la categoría. Era la otra opción después de que Julen Agirrezabala, el segundo portero de la plantilla, se rompiese un dedo en un entrenamiento a finales de julio y tuviese que pasar por el quirófano. El reciente estreno de Simón ha sido por tanto una carrera contra el reloj saldada con éxito.

Doce meses antes, se asistió a una película de similar temática. Simón se pasó el verano atendiendo los compromisos internacionales de la Eurocopa y de los Juegos Olímpicos celebrados en Tokio. Es decir, no descansó mientras el resto del equipo gozaba de sus vacaciones. Así que se incorporó tarde a la preparación, en concreto una semana escasa antes de la apertura del campeonato de liga. Marcelino García dejó claro que Simón necesitaba un respiro y aseguró que el alavés se había mostrado conforme con retrasar su vuelta. Asimismo, adelantó que empezaría la competición con Agirrezabala.

Este jugó en las dos primeras jornadas, con Jokin Ezkieta en el banquillo, y ya en la tercera reapareció Simón, sin haber tomado parte en ningún ensayo. Saltó del campo de entrenamiento al césped de Balaídos y no se le volvió a mover la silla. Agirrezabala completó nueve partidos, cuatro de liga y los cinco, todos, los de Copa, y el resto, Supercopa incluida, le correspondió a Simón.

Rocambolesco

Este par de experiencias marcadas por el signo de la precipitación y saldadas felizmente, acaso estaban escritas y perdidas entre las hojas del destino de Simón. Hoy, con la perspectiva que concede el paso del tiempo, es muy probable que su estreno en el primer equipo fuese premonitorio. El Athletic afrontaba la temporada 2018-19 con tres porteros: Kepa Arrizabalaga, Alex Remiro y Iago Herrerín, citados en este orden porque tal era el escalafón que se intuía. El primero había terminado el curso previo como indiscutible, aunque Herrerín acumuló un buen número de partidos, mientras que Remiro, cedido en el Huesca, lograba el ascenso a Primera. Simón tuvo su papelito cuando Arrizabalaga cayó lesionado y subió del filial para sentarse en el banquillo. Ocurrió en siete oportunidades, con Herrerín acaparando todos los minutos.

A la conclusión de la campaña, Simón marchó cedido al Elche. Viajó el 27 de julio y el 15 de agosto tuvo que hacer de nuevo las maletas para venir a casa. Pocos días antes, Arrizabalaga firmaba por el Chelsea a cambio de 80 millones de euros. Remiro, que apuntaba a coger el testigo del vizcaino, se negaba a escuchar la oferta de renovación que le extendió la directiva de Josu Urrutia, que de inmediato tomó la determinación de enviarle a la grada. En el colmo de las casualidades, Herrerín ingresó en la enfermería. De repente, de barajar un trío de alternativas, a cero candidatos para cubrir el marco.

El 20 de agosto, Simón se colocaba los guantes para recibir al Leganés. Repitió en las siguientes seis citas, con Oleaga, del filial, en la recámara. Recuperado Herrerín, Berizzo se inclinó por el veterano y dejó a Simón para la Copa. Así se completa la amena colección de aterrizajes de urgencia de un portero que habita en las alturas.