CUÁNTAS veces han oído hablar ustedes este año de la astronómica subida del recibo de la luz? ¿Cuántas que los precios se han vuelto a disparar o que tenemos la energía más cara de Europa? Les descubro qué ocurre. Que nos quieren electrocutar con nuestra propia factura. Es lo que tiene que el coste de la electricidad se arregle detrás de esas puertas giratorias dónde se colocan dirigentes de todos los partidos. O que los precios se pacten en esas reuniones celebradas a la luz de las velas que no permiten ver que la mitad de la tarifa se va en impuestos. Primero, la culpa era de la pertinaz sequía, luego del persistente anticiclón, más tarde de la ola de frío, y finalmente de la ciclogénesis. Cualquier excusa es buena para que nos sableen. Que llueva, que no llueva, que salga el sol o que se ponga. En un país de mangantes y estraperlistas de lo público, pagamos un potosí por alumbrarnos a pesar de los “denodados” esfuerzos que hace el Ministerio de Energía. ¿Qué se puede esperar de un gobierno con tan pocas luces? ¿De gente que hace brindis al sol solo cuando pagamos a escote? Ahora que ya hemos sacado al santo para que llueva, ahora que ya han pasado Ana, Bruno, y la tormenta perfecta, los precios tampoco escampan. ¡Y aún así nos invitan a comprar coches eléctricos! A mí, de pequeña, me daba miedo la oscuridad. De mayor me da más miedo la luz. Por los hachazos que nos meten.

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